Descomposición

 

Las señales que emiten se parecen bastante a algo que tiende a descomponerse, pero seguimos atentos a la pantalla. En vísperas del pleno teóricamente pensado para desbloquear la situación, se multiplicaban los palos de ciego en un bloque independentista indefinido, enredado en unas negociaciones interminables entre dirigentes de ERC y costaleros de Puigdemont, hasta el momento sin resultados tangibles.
Otras señales apuntaban directamente al derrumbamiento de la causa. En parte por la pugna entre las dos mencionadas posiciones, ERC y JxCat, que reproduce la vieja lucha por la hegemonía en el campo nacionalista. Y en parte, por la derivada judicial del fallido golpe al Estado. Sin embargo, el discurso de quienes lo apoyaron sigue hablando de Estado represor, presos políticos, legitimidad vulnerada, Rey non grato en Cataluña, etc.
Es precisamente esa derivada judicial que les pone de los nervios la causa de ciertos síntomas de descomposición en el zarandeado mundo del separatismo. Véase, por ejemplo, el vergonzante repliegue de quienes ahora califican dejan en el campo de lo simbólico su intento de romper con España.
Otros, en cambio, insisten en su denuncia amarilla contra los supuestos motivos políticos del encarcelamiento de Junqueras y compañía, o el “exilio” de Puigdemont y sus compañeros de viaje. Un discurso de patas cortas. Conscientes como eran de estarse quedando fuera de la ley con sus comportamientos, ¿se pensaban que los servidores de la ley, incluido el Gobierno de la Nación, iban a mirar hacia otro lado ante tan descarado desprecio a la legalidad vigente?
Seguramente no, pero contaban con la fuerza moral de sus convicciones, la comprensión de la comunidad internacional, la firmeza de esa mitad de catalanes decididos a romper con España y el ardor guerrero de sus dirigentes para persistir en el desafío hasta que el Estado se diera por vencido.
Sin embargo, fuimos viendo como bastaron unas cuantas citaciones judiciales para poner en fuga moral o geográfica a sus dirigentes. Entonces les temblaron las piernas y su patriotismo se vino abajo con los primeros encarcelamientos. Hasta que algunos se acabaron desentendiendo de la causa con la tardía explicación de que todo había tenido un carácter simbólico.
Lo malo es que el carácter simbólico no alcanza a todas las esquinas del caso. A saber: la judicial, el enfrentamiento civil entre catalanes, el ridículo internacional, la fuga de las empresas, el descabezamiento de las tramas del “proces” (la política y la civil) o la propia intervención temporal del autogobierno. Todas estas consecuencias nada tienen de simbólico.
Así las cosas no es extraño el desplome del independentismo en las encuestas, el desaliento de sus seguidores y la desorientación de sus dirigentes.

 

Descomposición

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