Trump, un mal avalista

el presidente Trump devolvió a Rajoy el favor de la patada diplomática al embajador de Corea del Norte. En su encuentro de Washington accedió a entrar en el conflicto de Cataluña con palabras de alineamiento con Moncloa respecto al dogma de la unidad y la integridad territorial. Cataluña le queda lejos y la Casa Blanca tiene preocupaciones de mayor cuantía. Así que la apuesta de Trump una España “unida” responde a un deseo personal. No a una inexistente posición del Gobierno norteamericano. Es lo malo, porque el actual presidente de EEUU no es buen avalista de causas tan nobles como la defensa de la democracia.
Por tanto, estamos ante un pronunciamiento favorable a las tesis del Gobierno en el conflicto catalán, que es lo menor, pero ante un silencio clamoroso respecto al compromiso con valores universales, que es lo mayor. Ni media palabra de compromiso con la democracia como sistema de gobierno, la Constitución como marco legítimo y la ley como instrumento que garantiza la libertad y la convivencia. Quizás porque Trump no está libre de pecado. E institucionalmente, porque a EEUU. el drama catalán le importa menos que una buena foto de los sanfermines.
Desea personalmente que España siga unida. Vale. Solo faltaba que hubiera apostado por el troceamiento de un país aliado y de notable alto en calidad democrática. Es evidente que sus asesores le han aconsejado que no vaya más allá. Al menos no han sido tan desatentos como la última vez en que la democracia española fue atacada por medios ilegales. A quienes lo vivimos todavía nos duele lo del “problema interno español”, como calificó la Casa Blanca la ofensiva del 23-F contra valores universales que no caducan, ni en España ni en EEUU: ley, democracia, soberanía nacional, tolerancia, pluralismo y derechos humanos. La violación de esos valores interpela al mundo, no solo al país concernido.
Ocurre en Cataluña, donde una facción política está ahogando con cuentos las voces de la razón. Entre otras cosas, nos hizo sentir vergüenza por malversar, en nombre de la causa, la compasión con las víctimas del 17 de agosto y la unidad contra el terrorismo yihadista. Ahora los independentistas no han ahogado la voz de Trump, por no ser recomendable como avalista de nada. Pero sí hubieran ahogado la voz de John F. Kennedy cuando envió a la guardia nacional a hacer cumplir las leyes raciales en los Estados sureños: “Los estadounidenses son libres de discrepar con la ley, pero no de desobedecerla. En un gobierno de leyes y no de hombres, ningún hombre, por poderoso que sea, tiene derecho a desafiar a un tribunal de justicia”.

Trump, un mal avalista

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