Eclipse sirio. Ali Alí, en Palexco

No ha podido ser en el Kiosko,- como él deseaba-, pero al fin cuelga en el  Palexco  la muestra “Eclipse sirio” de Ali Alí que es un alegato contra la espantosa guerra de Siria. pero ante todo, un exorcismo para ex-conjurar  el terrible dolor y la desesperación que anidan en el corazón de quien ha perdido ya a varios familiares y amigos y de quien ve impotente, desde la distancia, como su patria se convierte en una desoladora ruina. 
Preside la exposición una imponente foto de su madre, (otra víctima de la sinrazón), sentada con toda la dignidad de una matrona oriental ante los escombros de una urbe devastada, pero flanqueada por dos fragmentos, a modo de luminoso pórtico, de lo que fue aquel mundo de  coloridas leyendas y ciudades de cuento, que viene a ser como un desesperado rito de restauración y  su forma de no renunciar a la esperanza. 
Toda la muestra se mueve en esta ambivalencia, en este juego de violentos contrastes: por un lado las imágenes atroces de muertos en descomposición, de decapitados, de soldados disparando a la gente, de fanáticos de sangre recitando sus proclamas, de tanques, de aviones de guerra, de francotiradores, de frágiles chalupas  –émulas tristes de las alfombras voladoras– que más parecen bañeras que flotan en  la nada portando masas de emigrados; y, por otro lado, la imperiosa necesidad de rescatar todo lo bueno y lo bello que aún queda y de proclamar un futuro que permita la esperanza. 
Y la esperanza está en esa futura madre que camina por una pacífica planicie, a cuyo fondo, ante el horizonte de ruina, se yergue  una renacida  ciudad, con sus arquitecturas en arco, sus mezquitas, minaretes y cúpulas. La esperanza está también en el cuadro “Emerger” donde, sobre la ciudad bañada por el dorado cielo de Oriente, se yerguen escalas hacia el cielo y nidos, no para las aves muertas que ahora lo surcan, sino para los pájaros del mañana. Mientras tanto, sólo cumple hacer un enorme sepulcro para   enterrar a los miles de muertos y  poner velas y luces en su memoria.
La obra de Alí Alí apela a nuestras conciencias y nos descubre que el tremendo pedestal de sumisión y de dolor de los pueblos, sobre el que se yerguen los hombres del poder que hacen pactos, fusil en mano, se sostiene sobre la aquiescencia de una pirámide de banderas de la comunidad internacional y que no hay nada noble tras el conflicto, sino armas y barriles de petróleo. Hay también unos carruseles y carritos siniestros, émulos de los que se usan en los mercados y ferias, que venden  todo tipo de “juguetes” para los terribles “niños” que juegan a la guerra como si se tratase de un inocente simulacro infantil, cuando son un exponente de la estupidez y de la maldad humana. Lejana queda  Kathounie, la aldea donde nació Ali Alí, precisamente en lo que fue la cuna de la cultura, la antigua Mesopotamia, pero él nos acerca los latidos de ese corazón maltratado y enfrenta el nuestro a tomar partido en este siniestro delirio, del que él deja testimonio en una extraordinaria obra de arte.

Eclipse sirio. Ali Alí, en Palexco

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