En el tejado de Puigdemont

Es ahí donde el Constitucional ha colocado la pelota tras las medidas cautelares adoptadas el sábado. Puigdemont tiene ahora la palabra: o acude mañana en carne mortal al Parlament, previa autorización judicial, para ser investido presidente, o no podrá serlo ni por vía telemática ni por delegación en otro diputado. Lo que hará en las próximas horas el expresidente huido en Bruselas es una incógnita, pero seguro que intentará buscar algún resquicio y retorcer las posibilidades que le brinda eso que el se ha saltado a la torera, el Estado de Derecho. Lo que pasa es que cada vez lo tiene más difícil y no son pocas las voces dentro del independentismo que le piden que deje paso a otro candidato que no tenga lastre judicial.
La decisión del Constitucional dificulta la investidura de Puigdemont que era, por otra parte, el gran temor del Gobierno. Porque sería un escándalo internacional que un prófugo de la justicia pudiera ser elegido presidente de una comunidad autónoma después de haber propiciado con el referéndum ilegal del 1-O y con la proclamación de la República de Cataluña, un auténtico golpe de Estado a las instituciones españolas.
Llegados a este punto quizás convenga subrayar como con la situación creada por Puigdemont con su huida a Bruselas se ha puesto más en evidencia los dos graves errores que cometió Rajoy tras la consumación del desafío independentista. El primero fue aplicar con enorme cautela el artículo 155 y convocar de forma precipitada unas elecciones autonómicas en lugar de esperar unos meses más hasta que se sustanciaran los procesos judiciales. Si Rajoy hubiera optado por esta segunda opción, ahora no nos encontraríamos con esta situación kafkiana, donde un solo individuo ha puesto en jaque a todo un Estado y a sus Instituciones.
Ha dado toda la impresión que tanto Rajoy, como Soraya Sáenz de Santamaría pilotando la cuestión catalana, han ido siempre por detrás de los acontecimientos, con ciertas dosis de improvisación, delegando en exceso sus responsabilidades en las instancias judiciales o en el propio Tribunal Constitucional. Y al final, el mejor instrumento que tenía el ejecutivo –el artículo 155 de la Constitución– para parar el golpe separatista quedó en casi nada: en unas elecciones precipitadas en su convocatoria que volvieron a dar una mayoría a los independentistas, aunque eso sí, fuera un partido constitucionalista, Ciudadanos, quien ganara esas elecciones.

En el tejado de Puigdemont

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