Marear la perdiz

Tal y como era previsible, Puigdemont, no ha contestado ni con un “si” ni con un “no” el requerimiento que le envió el presidente del Gobierno para que contestara de forma clara y con un monosílabo si él o alguna autoridad de la Generalitat habían declarado la independencia de Cataluña. Muy al contrario, Puigdemont ha aprovechado su misiva a Rajoy para plantearle que se abra una vía de diálogo, al mismo tiempo que le pide que cesen las medidas que él califica como represivas sobre su comunidad autónoma.Estamos ante un auténtico “juego de trileros”. Puigdemont está haciendo un papelón, porque tras haber llevado a Cataluña hasta el borde del abismo, desde el pasado martes le ha entrado cierto vértigo, lo que le ha llevado a echar un poco, solo un poco, el freno de mano. Pero su postura ni contenta a los suyos, ni a los demás. Los independentistas han sufrido un desencanto tras la intervención del presidente de la Generalitat en el Parlamento, declarando de forma sui géneris la independencia para proponer ocho segundos después su suspensión.

Eso sí, para contentar a los desencantados, firmó, junto a los 72 diputados de Juntos por el Si y la CUP, un papel, una especie de contrato de adhesión a la República de Cataluña, lo cual tiene un valor político pero no jurídico. La respuesta del Gobierno a la carta de Puigdemont tampoco es para tirar cohetes. No se entiende muy bien que cuando destacados miembros del Ejecutivo y del PP han dicho que estamos ante un “golpe de Estado”, este no se pare de manera inmediata con los instrumentos que tiene el Estado de Derecho. Cuesta entender por qué se ha dado un segundo plazo a los golpistas, que expira el jueves, para que desistan de su actitud. ¿Alguien se imagina al expresidente Suárez o al teniente general Gutiérrez Mellado dando ese tipo de plazos a Tejero o a Milans del Bosch el 23-F de 1981 para que desistieran de su intento de golpe de Estado?

La sociedad española ha demostrado en estas últimas semanas, saliendo a la calle o colocando de forma espontánea y natural la bandera de España en los balcones, un cierto hartazgo y una exigencia a los responsables políticos para que pongan fin a la locura independentista impulsada por los Puigdemont, Junqueras y Forcadell de turno. Si Rajoy, Sáenz de Santamaría o Pedro Sánchez no son conscientes de ese hartazgo y no están a la altura de la exigencia ciudadana será su problema y muy probablemente lo pagarán en las próximas convocatorias electorales.

Marear la perdiz

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