El día después, sus consecuencias

Mucho se habló por activa y por pasiva sobre la votación catalana de la independencia, en un claro golpe de Estado que se está llevando a cabo con estudio y premeditación, un órdago secesionista que el presidente del Gobierno no es capaz de atajar y el circo o paripé dejó claro que los políticos catalanes están dispuesto a llegar hasta el final. Al no intervenir con firmeza el Estado de Derecho en esta agria disputa con desobediencia a las leyes. El presidente debió actuar con contundencia para que se respetara el derecho constitucional, al no haberlo hecho, lo único que ha ocurrido es que los desleales han tomado más oxigeno y ahora desafían abiertamente no solo al Gobierno de la nación, sino a las fuerzas de seguridad del propio Estado, amparándose en la veleidad de la policía catalana y encima cometen el desatino de responder desafiantes a la intervención del rey
Ante este grave desafío al Estado, el presidente, en lugar de actuar, se ha vuelto timorato y dubitativo; no es capaz de afrontar una situación que le esté sobrepasando. Un líder político al frente de un Gobierno está ahí, para gobernar y tomar decisiones importantes cuando llega el momento y este es uno de los más graves de nuestra convivencia en democracia, al que hay que dar una solución. Estamos viendo con horror como España se marcha por el sumidero. Los nacionalismos y los radicales forman parte de una misma moneda con dos caras y España o toma medidas o estamos en vías de repetir el peor drama de nuestra historia.
Los políticos no pueden esperar a que los problemas se solucionen solos; se les ha elegido para que contribuyan a una mejora económica y social del país y de sus gentes, para no enturbiar a sus moradores ni encrespar los ánimos con afrentas de odio, que solo conduce al camino de la separación del odio por el odio, que nos puede llevar de nuevo al infierno, Por el bien de todos esperemos que no sea así y que la cordura impere, pero la ley tiene que ser implacable con los sediciosos; no puede haber dudas para dar más alas a una situación difícil y complicada.
A la vista de todo ello, las primeras medidas no se han hecho esperar; centenares de empresas se marchan de Cataluña ante el temor de que el farol sea una controvertida realidad y se pierda la seguridad económica y jurídica de estar bajo el paraguas constitucional que ampara sus deberes y obligaciones. La imagen que hasta el momento se observa en ambas partes es de auténtica pena para el ciudadano de a pie. Las certeras palabras del poeta están hoy tan presentes como antaño; “Españolito que vienes al mundo, una de las dos Españas ha de helarte el corazón”. O se asume el riesgo y se aplica el artículo 155 o estamos a las puertas de un incierto desencuentro en lo que puede convertirse la convivencia entre los españoles. Cataluña es tan peculiar como el resto de las regiones; nos unen más cosas de las que nos separan y los catalanes lo saben.

El día después, sus consecuencias

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