Patriotismo, a debate

En estos días de investidura, cuando tantos grises predominan y nubarrones amenazan, me envuelvo en mi corazón reflexivo e intento ahondar en el concepto definidor de lo hispánico. En ese español que la rosa de los vientos ha situado en esta península europea bajo forma de piel de toro… ¡Español, español, yo soy español! Grité junto a millones de compatriotas que con flamear de bandera celebrábamos ser campeones del mundo de fútbol y, más recientemente, las medallas conseguidas en las olimpiadas de Brasil. Sin embargo, España es algo más que fastos deportivos y culturales. Por eso Nietzsche aludía a los españoles como hombres que quisieron demasiado y el poeta Bartrina confesaba que si oyes hablar mal de su patria a alguien, seguro que es español.
Y en esta coyuntura institucional el español es un patriota que se deshace a sí mismo entre la opción del mandamás-jefe de Estado-y Dios, dueño del alma. También vale como esencia de España su síntesis entre críticas y estudios, análisis y observaciones, reformas políticas y modernización económica. ¿Hasta dónde ha llegado la nación más antigua de Europa, paridora de mundos, creadora del Derecho Internacional? Ha habido una gran deserción de las mejores inteligencias y sus afanes, y mucha comodidad para vivir bien sin dar palo al agua. ¿Ser o no ser? ¿Unidad o disgregación? ¿Apátridas o rescatadores de nuestro destino y nuestro solar? ¿Aceptar la responsabilidad colectiva sin envidias, resabios ni mentiras?
Por ese mal puede olvidarse el triple sentido del españolito en el banquete de la vida: individual, social e histórico. El Greco, en su famoso entierro del Conde de Orgaz descubre un “hecho social” que trasciende su proyección histórica. Mi patriotismo me permite indagar en los cómos y los porqués de un país tan variopinto y extraordinario, de verdad y conocimiento, como es España.

Patriotismo, a debate

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