Vigilar las playas

Tengo el privilegio de tener mi ordenador, en el que trabajo diariamente, frente a un gran ventanal desde el que todas las mañanas veo amanecer y contemplo el estado de una playa doble –muy querida para los compostelanos de nacimiento y adopción, como es mí caso– que me sirve de acicate para darle a las teclas y desarrollar mi trabajo periodístico. Se trata de las playas vilagarcianas de la Concha y Compostela que se unen para otorgarnos un gran arenal calificado como familiar, sobre todo en las tardes veraniegas.
Me gusta que las playas estén además de vigiladas preparadas en todo lo relativo a su limpieza para ser utilizadas por los usuarios. Todas las mañanas, cuando comienzan a verse los primeros paseantes, los que hacen deporte, y tres nadadores se enfrentan a las aguas desde las 9 de la mañana, un tractor verde y amarillo recorre y le da unas cuantas pasadas al arenal para dejarlo impoluto de cara a los bañistas. Los vigilantes inician su trabajo a las doce de la mañana para estar atentos a lo que ocurre en el arenal y las aguas hasta las nueve de la noche.
Hasta aquí todo normal. Lo mismo que ocurre en los   varios miles de arenales playeros que tenemos en nuestra serpenteada y multicolorista costa gallega.
Lo que ya no es tan normal son cosas que ahora quiero contarle. Con demasiada frecuencia un jinete a lomos de un caballo tirando a blanco recorre de un extremo al otro la playa como si se tratase del concurso playero de Sanlúcar de Barrameda. A esto tengo que añadir la legión de perros –nunca he visto tanto perro por metro cuadrado como en ViIagarcía–, que juguetean con sus dueños en el propio arenal y luego se bañan en sus aguas. Y para terminar, la presencia de mariscadoras de a pie que levantan fango, algas y arenas en busca del preciado molusco.
Nuestras playas, sobre todo las que diariamente tengo frente a mis ojos, deben de tener una vigilancia mayor. Son nuestro auténtico tesoro para foráneos y nativos, y productoras de la riqueza que nos otorga diariamente el turismo cuando nos visita. No es de recibo que lleve todo el verano viendo un hermoso caballo recorriendo el arenal sin que nadie se haya percatado de los riesgos que esto supone, sobre todo pensando en los niños y las posibles infecciones que se les pueda inferir por los excrementos del cuadrúpedo. Y de los perros digo algo parecido. Si mal no recuerdo las ordenanzas municipales, y las de rango superior, prohíben la presencia de animales en las playas y en nuestros arenales, y por aquí campan a sus anchas.
Las playas son un bien común, son de todos y todos tenemos el deber y la obligación de conservarlas y protegerlas, y de su cuidado vigilante se tienen que encargar los responsables de las administraciones, y no como está ocurriendo que hacen dejación de sus funciones. Me encanta el caballo y me gustan los perros, pero no me gusta que utilicen lugares de uso masivo por parte de los humanos.

 

 

Vigilar las playas

Te puede interesar