Chismes y otras maldades

Dedico este artículo al señor ese del que todo el mundo habla y que el pasado miércoles se equivocó a la hora de votar. Por cierto, miles de españoles ya están reconociendo en las encuestas que ellos también se equivocaron en esa juerga que llamamos presupuestos y nos costó, a los ciudadanos de a pie, once mil quinientos millones que es el precio pagado a vascos, canarios y otros compañeros de viaje que acompañan a Rajoy hasta la presidencia del país.
Sigamos con chismes, presi: a cada jubilado le cuesta 235 euros al año la pérdida del poder adquisitivo, según los propios números de Montoro. Dinero que gastaremos en champán y mujeres, tal como el ministro recomendó. Tal vez les interese conocer otro chisme: el sindicato de inspectores de Hacienda denuncia que más del 90% de la evasión fiscal, detectada en 2015 se encuentra entre las grandes fortunas, mientras los investigados son los asalariados, pymes y autónomos, que mantienen el chollo  pues desde arriba no son muy partidarios “pescar” en la charca del Ibex 35.
Ya sabemos que al presidente no le gusta que le recuerden la corrupción, que cada día tiene un nuevo capítulo y que casi siempre lo protagonizan gentes de su mismo partido –el penúltimo un señor que trabajó para Celia Villalobos y Esperanza Aguirre, al que se le encontraron cientos de lingotes de oro en una cuenta en Suiza, aumentando así el número de millonarios en un país donde, cuando cierren los colegios, muchos niños se quedarán sin poder hacer tres comidas al día y muchos pensionistas tendrán que elegir entre el cafelito o la medicina.
Mientras la democracia se deteriora –a los casos  del ministro de Justicia, el fiscal general y el ya exfiscal Anticorrupción, se une otro nombramiento en el ministerio de los palos; Mariano Rajoy se enfada con los periodistas por contar “chismes” (toda la podredumbre que nos cabrea y que refleja el paisaje que nos rodea), mientras al Gobierno le aguantamos chismorreos y mentiras.
Josep Ramoneda, bajo el título de “El peso de la desidia”, nos describe a un presidente que “solo cree en el poder, su horizonte es el corto plazo, practica la indistinción entre política y legalidad y tiende a confundir la realidad con la ley…”
Un buen ejemplo es su desidia ante la lacra de la corrupción y su escapismo ante los graves problemas reales, a los que se enfrenta con desidia. Desidia, efectivamente, que pagamos todos.

Chismes y otras maldades

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