Y aquí, ¿qué?

Vale. Ya están ahí, según el mapa a la derecha, enzarzados en feroz discusión debatiendo sobre asuntos del corazón y, también no se equivoquen, del estómago, mientras por aquí nuestros gobernantes andan buscando expertos para que les soluciones algunos de los problemas cotidianos. Por ejemplo, eso del pazo de Meirás, lo de los autobuses para niños y ancianos o que se hace con la cárcel…
No quiero amargarles la vida a nuestros gobernantes, empeñados en ampliar su altavoz con un periódico-panfleto, pero es que el personal anda buscando respuestas para solucionar las cosas de comer –los presupuestos– y, cómo no, también esos asuntos que nos llegan al alma o, si lo prefieren, hacen latir nuestro corazoncito. 
El debate sobre el estado de la autonomía, tal como están las cosas por otros predios, será un balance del último año del gobierno Feijóo y servirá para fijar las líneas de actuación de un futuro donde, tal vez fuera del telón de grelos, las cosas pinten de otra manera o sigan como hasta ahora: que pinten bastos. 
Y es que vale ya de recortes en una sanidad que cada vez se privatiza más; hay que recuperar la gestión pública de la A-9, que con las prórrogas seguirá en manos privadas hasta que don Alberto tenga nietos y, por acabar con los temas más demandados, una educación de calidad para el alumnado y la derogación del decreto que minusvalora el gallego. 
Tras el ejemplo del PNV –votos por cartos e otras cousas– el buenismo de Feijóo y su sometimiento a la política marianista, relega a Galicia –recuerde, don Alberto, nacionalidad histórica, a pie de igualdad con Euskadi y Cataluña–, que ya sufrió un fuerte tijeretazo en las inversiones del Estado. 
Y es que nuestro líder siempre miró de soslayo a Cataluña –¿o será con cierta envidia?– por los efectos secesionistas que puedan tener repercusión en este lado del telón de grelos y se juega su prestigio si une su política a la del presidente de gobierno que chalanea con los votos según le sirva para sostenerse en el sillón. 
Por lo demás, seguimos como siempre: ahora es el Partido Popular de Valencia, que pagó la campaña electoral con los dineros de su caja B. Una nadería de ocho millones de euros. Un poco más lejos, mar por medio, el señor Matas se enfrenta a otro asunto de cuando era el virrey de Baleares, con aquellos grifos de oro… En el Partido Popular es oro todo lo que reluce.

 

Y aquí, ¿qué?

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