Aparcar con la gorra

Aparcamiento público de la explanada de la TIR. Decenas de estacionamientos vacíos. Un hombre elige un lugar cualquiera, procede a dar marcha atrás y segundos antes de finalizar la maniobra ve a una persona por el retrovisor que le reafirma que el coche queda perfecto. No dice nada, pero cuando el conductor se baja del vehículo encuentra unos ojos clavados en él que fuerzan a la entrega del “donativo” preceptivo. Antes era suficiente una moneda cualquiera, ahora la “tarifa” por utilizar la calle para dejar el coche se sitúa en un euro si uno no quiere recibir un gesto de desaprobación o un exabrupto en el peor de los casos.
Párking de Fexdega. El aforo no llega ni a la mitad. Un automovilista pretende aparcar su coche en un lugar determinado, pero alguien, que grita más fuerte que el volumen de la radio, le conmina a dirigirse al sitio que a él le parece oportuno. La conclusión, la misma. Apoquinar ante el temor a lo que pueda pasar, aunque, a fuerza de ser sinceros, prácticamente nunca ocurre nada.
Ya no quedan espacios públicos en Vilagarcía que no cuenten con unos aparcacoches que, en la mayoría de las ocasiones, son amables, pero que, a veces, provocan situaciones incómodas que no se tienen por qué soportar. El asunto es que los comunmente llamados “gorrillas” están muy bien organizados, con turnos previamente establecidos y con zonas delimitadas para cada uno, desarrollando una actividad que, a mi entender, trasciende el hecho de pedir limosna.
El debate sobre esta actividad, a todas luces ilegal, es permanente, puesto que hay personas que prefieren transigir, pagar el euro de turno y pensar que con esta acción contribuye a la seguridad ciudadana porque evita que estas personas puedan delinquir. Otros, sin embargo, ven en estas actitudes un ataque a su libertad de elección y consideran que las administraciones deberían combatir una actividad que lucra a quien la realiza, si bien hay que puntualizar que la “recaudación” fluctuará en función de los días y tampoco será excesiva.
La polémica ordenanza impulsada por el Concello de Vilagarcía, con el popular Tomás Fole en el sillón presidencial, pretendía, polémicas aparte, ofrecer una solución a este problema, pero su complejidad es enorme. Se necesitaría una presencia policial constante en cada bolsa de aparcamiento susceptible de tener gorrillas y después proceder a la sanción amparados en la legalidad vigente. Por fortuna, en Vilagarcía, aparte de cierta incomodidad para algunos conductores, no se muestran violentos con quienes declinan el pago voluntario, pero si las autoridades no actúan de forma coordinada, más pronto que tarde llegará el día en el que algún “empresario” se haga dueño del territorio y reciba plusvalías con solo permitir que los gorrillas sigan aparcando coches.

Aparcar con la gorra

Te puede interesar