Convicciones únicas

a convicción, al igual que la perserverancia, son cualidades que llevan a los seres humanos a lograr hitos inimaginables. Pocos han sido los logros alcanzados sin constancia en el trabajo y en la creencia de lo que se hace es lo más adecuado. El único inconveniente surge cuando no se encuentran aliados o son pocos e insuficientes los que persiguen el mismo objetivo. En estos casos, lo mejor es asumir el camino equivocado y buscar nuevos senderos que reconduzcan el sueño que se persigue.
En el caso de la política ocurre algo similar. Normalmente, las personas se involucran en el compromiso de servir a los demás a través de una organización que estiman la más adecuada. Esto no significa que todos los que forman parte del mismo colectivo tengan un pensamiento único, ya que los matices y la confrontación de ideas enriquecen, precisamente, el proyecto global.
A veces sucede que los postulados que uno defiende no son los que coinciden con la mayoría y salen derrotados por el resto de los integrantes del partido político de turno, que también tienen sus convicciones y son perseverantes. En este caso, caben varias opciones y entre ellas está la de acatar lo que los votos ordenan, aceptar lo que manda la dirección, continuar con la idea o simplemente marcharse.
Cuando se producen estas disyuntivas suele ocurrir que hay personas que en su momento fueron líderes y que, llegado el momento, no son capaces de asumir su nuevo rol en la organización, por lo que optan por captar o convencer a otros para mantener un grupo activo de apoyo y que haga ruido en aras a que los dirigentes los tengan en cuenta so pena de la amenaza de cisma, ruptura y cosas por el estilo que en nada contribuyen a los partidos políticos que si por algo se caracterizan, en líneas generales, es por el escaso interés que suscitan en la sociedad a la hora de afiliarse y comprometerse.
El hecho de pensar que de que uno siempre lleva la razón a la hora de plantear un postulado político y no darse cuenta de que los tiempos han ido evolucionando casi siempre acaba en conflicto. Y dentro de la confrontación, lo peor es que acaben expulsando a alguien. Como saben, en Esquerda Unida de Vilagarcía se ha producido un problema interno que derivó en la expulsión del concejal izquierdista díscolo, Miguel Alves, que más pronto que tarde pasará a no adscrito, ya que está dispuesto a mantener su acta de concejal, pese a que la organización por la que fue elegido no lo quiere ver ni en pintura. Lo mismo ocurre con Ramón Bueno, otro histórico de la izquierda gallega y arousana al que también han echado.
Ahora tendrán un foro, el Pleno de Vilagarcía, en el que mostrar su talante político. Seguro que aportarán cosas positivas porque son personas válidas y con experiencia pero la realidad es que han fragmentado un poco más el segmento de la izquierda que a este paso tendrá casi más facciones que votos.

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