Tiempo para una novela

Decía un antiguo jefe mío que tenía tanto trabajo todos los días que ni siquiera podía leer una novela. Como buen periodista, se pasaba el día leyendo y releyendo noticias, tanto las propias como las ajenas, amén de “tragarse” toda la documentación que se precisa para algunas informaciones farragosas. Y lo que le preocupaba era que no podía sentarse y dejarse seducir por la magia que esconden las páginas de un libro.
Los datos obtenidos a través del informe “La lectura en España” revelan que casi el cuarenta por ciento de la población no abre jamás un libro. Esta estadística debe de hacernos reflexionar porque una sociedad que no lee, que no se cultiva, que no viaja a través de la imaginación carecerá a medio plazo de espíritu crítico y de criterio para argumentar cualquier posicionamiento en la vida.
El mismo documento señala que el perfil del lector es el de una mujer de 30 a 55 años con estudios universitarios. Esto es muy indicativo porque comienza a establecerse un tipo de lectura fuerte frente a otro débil, lo que no es positivo. Y no lo es porque da la sensación de que depende del hábito y de la voluntad de cada cual sin que anteriormente se haya fomentado la necesidad de leer.
La política educativa tiene buena parte de culpa de este dato desolador. No digo que sean los profesores los responsables, porque la inmensa mayoría de ellos recomienda la lectura a través de diferentes planes que, a tenor de los resultados, semejan insuficientes.
La Lomce, esa Ley Orgánica que designa el devenir de la educación, no parece que haya logrado éxito en este campo, por lo que convendría que en las reformas que se están gestando se tengan en cuenta algunos aspectos determinantes para la vida de las personas como el del hábito de leer.
En este sentido, se ha ganado en la concienciación de que los niños practiquen algún deporte, pero se ha descuidado la dedicación a la lectura, que también es necesaria y vital para el desarrollo de las personas.
Las nuevas tecnologías, al contrario de lo que podría parecer, tampoco ayudan en demasía en este campo, porque una mayoría las utilizan para otros fines diferentes a los culturales. De otro modo no se explican las graves faltas de ortografía en una buena parte de las comunicaciones que se pueden ver en la red de redes y que ya se dan por normales en muchos ámbitos.
Quien tenga el hábito, por ejemplo, se molestaría en leer una noticia entera en un periódico antes de emitir un juicio de valor por lo que le haya parecido el titular. Esto, desgraciadamente, es muy habitual y sin darnos cuenta avanzamos hacia la apatía por el saber, por conocer, por experimentar cosas nuevas que solo se encuentran en el interior de las tapas de un libro. Pienso que todavía estamos a tiempo y aunque el trabajo nos absorba de tal manera que no nos permite leer una novela, al menos que sean unas páginas cada día.

Tiempo para una novela

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