Volar en libertad

La sociedad arousana expresó ayer con diferentes concentraciones su repulsa a la violencia machista. Los últimos crímenes que acabaron con la vida de cuatro mujeres, dos de ellas en Galicia, demuestran que una parte de la sociedad, la masculina, todavía no ha evolucionado lo suficiente. No quiero generalizar, porque sería injusto, pero mayoritariamente son hombres los que cosifican a las personas y las tratan como si fuesen una propiedad de la que pueden deshacerse a su antojo. De otro modo no se entienden ciertos comportamientos inadecuados que derivan más tarde o más temprano en asesinatos de esta índole.
La educación en igualdad, donde se ensalcen los valores de ambos sexos, es esencial pero me da la sensación de que no es suficiente, por lo que será preciso avanzar todavía más para que este tipo de desgracias no se vuelvan a repetir en una sociedad moderna y dinámica como la nuestra. No es de recibo que una mujer, por el mero hecho de serlo, se sienta atemorizada por regresar sola a casa después de una noche de fiesta con sus amigos.
Creo que no necesitamos heroínas ni valientes, sino personas libres que deciden por sí mismas qué hacen, cuando lo hacen y con quién lo hacen. Parece una obviedad, pero si nos remitimos a los hechos no lo es tanto. Tres cuartos de lo mismo se podría decir de los dramas que se viven en algunas casas. No se puede consentir que la vivienda, que para la mayoría supone un refugio, un lugar seguro en el que relajarse, se convierta en una mazmorra con un carcelero cruel y sin escrúpulos que en lugar de compañera tiene a una prisionera. Todos deberíamos tener alas para volar cuando nos plazca sin pensar que en un momento determinado alguien burdo se sienta juez y parte, coja una escopeta, un cuchillo o lo que se le ocurra y dicte sentencia de muerte.
Yo quiero una sociedad en la que mi hija, o la suya, no tiente a la suerte cada vez que inicia una relación. Quiero tener la certeza de que esa pareja con la que mantuvo un idilio será lo suficientemente sensata como para pensar que cuando se acaba el amor no tiene por qué aflorar el odio o la obsesión por la posesión y terminar acuchillada y desangrada en un portal. Estos términos son crudos, pero es la triste realidad que viven muchas mujeres y hay que actuar de forma urgente si no queremos que el luto vista nuestras vidas.
No son hechos aislados. Puede ocurrirle a cualquiera de ustedes. A una hija, una hermana, una amiga, quizá a la propia madre. Nadie se salva de un asesino en potencia que de repente se enfadó porque “su” chica, con la que estuvo hace no sé cuanto, le dio un beso a otro. Puede que el motivo sea que no le echó sal a la comida, o que se pintó los labios, o que llevaba escote o una falda corta... La excusa da igual porque no tiene perdón y al final sale a relucir aquello de “la maté porque era mía”, la más patética de las deducciones a tenor del hecho.
Estas muertes, tantas en tan pocos días, tienen que servirnos de escarmiento y de una vez por todas condenar el comentario machista, por muy arraigado que pueda estar en según qué ámbitos o por lo distendida que sea la conversación entre colegas. Por ahí se empieza. Por el respeto a la mujer, a la persona. Cualquier otra cosa es una banalidad.
También me preocupa, y mucho, la utilización de las redes sociales por parte de algunos jóvenes. No solo las usan para cuestiones propias de la edad, sino también para ejercer un control sobre el otro en función de la conexión al teléfono móvil en un momento determinado. Habría que hacerles ver la realidad, las consecuencias de lo que puede ocurrir, pero así, a pelo, sin anestesia. Más vale eso que llorar toda la vida por quien perdió la suya. 

Volar en libertad

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