No les guardaron las nueces

Les engañaron. Les dijeron que era los liberadores, mejor dicho, los sacrificados soldados que llevarían la libertad al Pueblo Vasco. Serían los héroes del mañana, el ejemplo en el que se mirarían las futuras generaciones. Y se dedicaron a ello sin un adarme de autocritica. Ni siquiera cuando aquél señor que hablaba alemán con fluidez, hizo la atinada reflexión de que unos movían el árbol y otros recogían las nueces. Tampoco pusieron en duda que poner a un ser humano de rodillas y pegarle un tiro en la nuca tuviera nada reprobable. O que colocar una bomba debajo de un coche les planteara ningún tipo de duda moral. No habían leído “Los justos” de Camus, pero sobre todo eran insensibles como para no distinguir entre la guerra y el asesinato, entre una trinchera y un supermercado.
Puede que en algún momento creyeran que estaban viviendo una aventura interesante, y que en el futuro a alguno de ellos, puede que el más sanguinario, pusieran su nombre en una calle o en una plaza de su pueblo. Pero no era una vida cómoda, ni relajada, huyendo de un lado a otro de la muga, porque te puedes acostumbrar a matar, pero es difícil acostumbrarse a huir. Al fin y al cabo, no matas todos los días, pero un huído siempre está escondiéndose. Hasta que los detenían. Y se pasaban 20 años en la cárcel, y veinte años no es nada en un tango, pero es mucho en un recluso.
Muchos de ellos ya han salido. Y se encuentran que estaban preparados para llevar a cabo atentados terroristas, pero no para trabajar de dependientes en una ferretería. Y los que solo se la jugaban en las manifestaciones, pero jamás se jugaron ni una multa, ocupan cargos remunerados. Está claro que les engañaron. Y, encima, se están comiendo las nueces delante de sus narices. Y ni les invitan.  

No les guardaron las nueces

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