Pesada digestión

A los presidentes de Gobierno les gusta tanto cambiar de ministros como ir al dentista. Es un engorro. Dejas de tener un amigo y creas un montón de descontentos. Y, si no les gusta cambiar de ministros, mucho menos que ese cese venga sugerido desde los medios de comunicación. Recuerdo que con González o con Aznar, una de las maneras de fortalecer a un ministro era que se pidiera su dimisión.
Viene ese preámbulo para entender la renuencia de Mariano Rajoy en pedirle el cese a Cristóbal Montoro, Es comprensible. Ha sido eficaz y obediente. Y ha puesto la cara, y la sigue poniendo, para que ese acoso impositivo a los trabajadores y las clases medias, que provoca las bofetadas de la protesta, sean recibidas en los carrillos de Montoro. Pero Montoro, buen funcionario, es un mal político, e ignora que la obediencia y la eficacia deben ir acompañadas de otras cualidades que, desgraciadamente, Cristóbal Montoro no tiene.
Mariano Rajoy puede olvidar que, antes de que Cristóbal Montoro fuese nombrado ministro, asistía a cenas privadas, organizadas por Rato, donde la sociedad en la que Montoro era accionista peroraba sobre lo que haría el gobierno que viniera y repartían tarjetas entre los empresarios asistentes por si querían ser clientes. Rajoy puede olvidar que las Cortes hayan reprobado a su ministro de Hacienda, y puede aducir, y es cierto, que se trata de una maniobra política. Y hasta Rajoy puede dejar de lado que el Tribunal Constitucional, cuya autoridad no deja de esgrimirse para luchar contra los secesionistas, haya sentenciado que Montoro rompió la igualdad entre todos los españoles. Ahora bien, esas tres circunstancias, juntas y sumadas, son difíciles de deglutir. Y la digestión puede ser muy pesada. Y el bicarbonato se lo tendrá que tomar Rajoy. O no, que dice él.

Pesada digestión

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