Adiós a Obama

Una de las más conocidas contribuciones al lenguaje político llegadas desde el otro lado del Atlántico es la expresión lame duck o pato cojo, que define la escasa capacidad de actuación o de maniobra de un presidente en el último tramo de su mandato, cuando ya no puede volver a presentarse a la reelección. 
Tal cabía pensar de Obama cuando después de las legislativas de 2014 se disponía a afrontar sus postreros meses en la Casa Blanca, con un Congreso controlado por los republicanos dispuestos a hacerle imposible la vida. Pero no solo no ha sido así, sino lo contrario: desde esa fecha el presidente saliente aprovechó todos los resquicios para legislar, hasta el punto de haber firmado a última hora una de sus más notables tarjetas. 
Ahí están en política exterior el restablecimiento de relaciones con Cuba (verano 2015); el acuerdo alcanzado con Irán sobre su programa nuclear (julio 2015); el firmado con China para la limitación de gases contaminantes (noviembre 2014); el Acuerdo Transpacífico o TPP con once países que supone el 40 por ciento del comercio mundial (febrero 2016), y su contribución al tratado de cambio climático (junio 2016) rubricado en París.  
No obstante, el balance general en este ámbito de sus ocho años de gobierno no es de lo mejor y confirma lo prematura que fue la concesión del Nobel de la Paz. Un regalo de bienvenida. Lo cierto es que Obama deja la presidencia con unos Estados Unidos cuya influencia internacional ha retrocedido claramente,  para ir a parar a manos de Rusia y China. No cerró Guantánamo ni acabó con las guerras. Al cabo del tiempo ha tenido que reconocer que es más fácil empezar las contiendas que terminarlas.
Cogido al pie del abismo, la rápida recuperación económica del país constituye tal vez en esta su salida el mayor logro, si bien presenta claroscuros como el elevado endeudamiento público fruto de la gran expansión del gasto federal que ha  significado. Y en política interna destaca la reforma sanitaria conocida como Obamacare, una iniciativa bienintencionada, pero que en la práctica no está resultando la panacea pretendida. Además, el relevo se ha producido con el país dividido y polarizado como nunca, tal como lo demostró la pérdida de las presidenciales de noviembre por parte de quien estaba llamada a ser su lógica sucesora.
Para sus seguidores mediáticos de uno y otro lado del Atlántico, Obama pasará a la Historia como uno de los grandes presidentes. Bajo su dirección –dicen– EEUU experimentó una transformación incuestionable y con escasos precedentes. Sin embargo, el índice de popularidad con que ha dejado la Casa Blanca no ha sido como para presumir. Por lo que se ve, el aura mesiánica que le ha rodeado es mayor aquí que allá.

Adiós a Obama

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