Aún hay solución

 

A estas alturas de la película y llegados a un punto al que yo creo que nadie esperaba que llegáramos, viendo como nos deslizamos incomprensiblemente hacia un abismo que ninguna de las voces sensatas que aún quedan parece capaz de poder evitar, ya no caben más análisis ni interpretaciones. Se han hecho todos los que se podían hacer y desgraciadamente todos tienen un punto en común, se hagan desde la óptica que se hagan: el pesimismo más realista y la evidencia de que vamos hacia un desastre colectivo justo en el momento en que la economía empezaba a levantar cabeza.

El rey ha dicho lo que un jefe de Estado tenía que decir, se esté o no de acuerdo con él; pero lo ha hecho a deshora como tantas cosas que están ocurriendo como consecuencia evidente de la falta de capacidad del capitán para gobernar un barco, ante el motín de una parte pequeña de la tripulación. Porque tanto el discurso como las medidas que hubiera habido que tomar, empezando por el diálogo y llegando a la aplicación del artículo 155 si no quedara más remedio, tendrían que haberse hecho hace un mes, antes de las tristes imágenes del domingo, tanto las que fueron verdad como las que fueron objeto de una manipulación tan vergonzosa como lamentable; imágenes que sumadas a la corrupción, han dejado la marca España en los niveles más bajos de la historia. Porque el fanatismo y la intransigencia que nos conducen a esta situación son secundados por un millón y medio de catalanes que apenas representan un 5% del total de la población española. Parafraseando a Churchill, nunca tan pocos le hicieron daño a tantos.

Las medidas que se han tomado condicionadas por el egoísmo, los intereses y la crisis política y las que el Gobierno se vea abocado a tomar por imperativo legal, solo empeoran la situación; porque frente a la intransigencia política del Gobierno tenemos el talibanismo irracional de los radicales que no fueron al colegio el día que se explicaba el concepto seny.

El catalanismo histórico siempre discurrió por la vía del diálogo y del sentido común en un tira y afloja con el Estado, para reivindicar un cóctel compuesto de un 25% de sentimientos y un 75% de reivindicaciones económicas más o menos discutibles; pero todo esto desgraciadamente es historia y no tiene sentido volver la vista atrás. En algo estaremos todos de acuerdo: ni Rajoy, ni Puigdemont están capacitados para resolver esta crisis, porque la política no se puede resolver con criterios de exceso de testosterona.

Por tanto hay aún una solución: la desaparición de ambos de la primera línea de la escena política (de ellos y de sus escuderos) y cerrar un pacto de Estado para que otro dirigente del PP y otro dirigente del catalanismo se sienten a componer un escenario que nunca debió romperse. O como reflexionaba el diario francés “Le Figaro” aún mejor constituir un gobierno de concentración nacional, integrado por el PP, Ciudadanos y el PSOE, con otro presidente al frente que asuma la reconducción del proceso mientras haya tiempo. Sería dramático tener que darle la razón a Felipe González cuando decía hace años: “Hay caminos que parecen llevar a la independencia pero en realidad llevan a Sarajevo”.

 

Aún hay solución

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