Científicos gallegos consiguen criar 2.000 erizos de mar en cautividad y estudian su adaptación al medio natural

Científicos gallegos consiguen criar 2.000 erizos de mar en cautividad y estudian su adaptación al medio natural
Imagen de recogida de ejemplares para la realización de las investigaciones de cría y reproducción en cautiverio del erizo | CENTRO DE INVESTIGACIÓNS MARIÑAS (cima)

El erizo se ha convertido en los últimos años en un valorado producto gastronómico y por tanto en un preciado recurso para el sector del mar gallego. No en vano, Galicia es el principal productor de Europa, pero se está detectando escasez en determinadas zonas del litoral, así que se ha dado impulso a las investigaciones científicas que se desarrollan desde hace años sobre su reproducción y el cultivo en cautividad para hacer repoblaciones. 

Una de ellas es la liderada por el Centro de Investigacións Mariñas (CIMA) -con sede en Vilanova y dependiente de la Consellería do Mar- desde su planta de Ribadeo y que acaba de entrar en su segunda fase. Una vez conseguida con éxito la cría en condiciones controladas, entran en el momento de comprobar si se adaptan al medio natural y su comportamiento midiendo diferentes parámetros: tasa de mortalidad, desarrollo normal, si hay desplazamientos, etc. De hecho, a principios de 2021 van a soltar un lote de unos 2.000 individuos jóvenes o semiadultos y empezarán una nueva producción de ejemplares, que tardan aproximadamente un año en estar listos.  

Experiencias previas
Pero ahora surge un nuevo reto: obtener una técnica eficaz para mantener localizados a sus erizos. Según la directora del proyecto, la doctora en Biología Justa Ojea Martínez, se pueden mantener confinados en estructuras sumergidas y alimentarlos de manera manual, pero esta es una experiencia más puramente de engorde y quieren someterlos a unas condiciones reales de supervivencia en el medio, así que van a intentar marcarlos. La  cuestión es complicada teniendo en cuenta que se trata de ejemplares milimétricos en libertad.

Este trabajo lo van a desarrollar en colaboración con las cofradías de Fisterra y A Coruña e indagarán en la posibilidad de colocarles unas etiquetas identificadoras en el exterior y un microalambre para localizarlos mediante un detector. “A ver si somos capaces de que no se le caigan y luego los tenemos localizados”, añade la investigadora. 

La doctora explica que en investigaciones anteriores realizadas como parte de los programas de la Junta Nacional Asesora de Cultivos Marinos (Jacumar), para la coordinación de investigaciones entre diferentes entidades y comunidades autónomas, hubo alguna experiencia con métodos similares y otros ya descartados. Entre ellos, introducir al erizo en una solución de calceína, una especie de colorante que se adhiere al caparazón, pero solo se ve en la parte interna y por tanto era necesario sacrificar a los ejemplares, algo que los investigadores consideran que es mejor evitar.

Elevada supervivencia
El centro de Ribadeo probará ese marcaje con etiquetas en la suelta prevista para el año que viene. A simple vista –son muy pequeños– se trata de unos 2.000 individuos que actualmente están en fase de alimentación con macroalgas y esperando a alcanzar la talla de 15 milímetros para sembrarlos. Ojea Martínez explica que este año el “cultivo larvario fue muy bien, la supervivencia durante el cultivo larvario hasta la metamorfosis fue alta, de en torno el 80 %. Donde tuvimos más problema fue en al parte de la fijación –transformación en organismos de aspecto similar al adulto pero de un milímetro de tamaño–, así que cambiamos algunas cuestiones y hemos conseguido un lote de juveniles para trasladar al medio, aunque no muy grande debido a la interrupción provocada por el confinamiento”. 

Otros avances
Esta fase de la investigación se desarrollará durante los dos próximos años y procede de intensos estudios afinando técnicas. De hecho, también plantean una fase intermedia antes de liberarlos en el medio natural. Al ser ejemplares tan pequeños “son más sensibles” y existen riesgos como que sean atacados por depredadores o arrastrados por las corrientes con lo cual se perdería todo el trabajo de un año. Es por ello que probaron a crear un paso intermedio para que alcance por lo menos ese tamaño de unos 15 milímetros, colocándolos en cestillos como los usados para las ostras y “funciona muy bien, crecen mucho aunque es necesario alimentarlos una vez a la semana porque no pueden salir a buscar su propio alimento”. Para ello contaron con la colaboración de la Universidade de Santiago que posee una batea experimental donde colgaban esas estructuras.

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