Atrapados en el “infierno” de Guayaquil, la zona cero del virus en Ecuador

Atrapados en el “infierno” de Guayaquil, la zona cero del virus en Ecuador
La sanxenxina Guadalupe Gómez Abeledo en el avión del miércoles | cedida

Guadalupe Gómez Abeledo ha estado dos días viviendo en la incertidumbre de cuándo podrá regresar a su Sanxenxo natal y en una ciudad que tiene que habilitar terrenos para enterrar a 12.000 víctimas del coronavirus, Guayaquil (Ecuador). Muy conocida en su tierra por ser miembro de SOS Panadeira, como atestigua una pegatina en su escaso equipaje, ayer relataba a golpe de mensaje de voz de wasap los incidentes que han dejado atrapados en ese “infierno” a ella y a otra veintena de europeos de ocho nacionalidades diferentes preparados para un viaje humanitario que ayer parecía que, por fin, les llevaría sus hogares.

Llegó el miércoles desde Quito y tras un periplo de seis horas en taxi desde Esmeraldas, su lugar de residencia desde años como investigadora docente de un grupo de la Universidad Técnica Luis Vargas Torres en la dirección de una asignatura experimental para lograr un compromiso de los ingenieros que licencia con la igualdad y el territorio –abunda una mayoría de raza negra y el racismo aún late en las periferias–. Para ella es un sueño: “Poca gente hay en España que pueda hacerlo y es complicado conseguir fondos”. Llevaba 24 días confinada en su casa, realizando teletrabajo, pero era el momento de regresar ante la crisis pandémica y una uveitis crónica –una inflamación grave del ojo– que su médico desde hace 40 años le recomienda revisar so riesgo de perder la vista.

Primero una avería

Sin embargo, el viaje organizado por las embajadas francesa y española no salió como esperaban. “Nos hemos quedado atrapados en una zona donde el virus corre libremente, Guayaquil es un infierno, hay miles de cadáveres”, relataba ayer mientras hacía cola ante la puerta del aeropuerto para tomar un segundo vuelo y esperando que fuera el definitivo. Considera que la gestión no ha sido la mejor y que demostraría que la Unión Europea –que gestiona todo el proceso– fiscaliza bien dentro de sus fronteras, pero “cuando hace algo en otros lugares puede experimentar con medicinas en África o enviar un dudoso avión a América Latina y me duele, porque no son más que síntomas visibles del racismo también”. Y es que el miércoles se produjo una avería en una rampa y el resultado fueron más de cinco horas dentro de una nave que, según describe, es antigua, sin asientos suficientes para mantener las distancias de seguridad recomendadas para evitar contagios y hasta ya dudaba de un buen uso de las mascarillas. “Íbamos hacinados, no había un solo asiento libre y un sitio cerrado así es lo mejor para que corra un virus y claro, luego empiezas a pensar que son 15 horas de vuelo todos juntos hasta París, dos más para los que vamos a Madrid y oyes a las azafatas pasar diciendo: ‘Si no nos contagiamos hoy, no nos contagiamos nunca’; que me dan mucha pena porque la tripulación es voluntaria y hay que agradecerlo”, se lamenta.

El resultado fue un tiempo de espera que califica de “muy muy duro” y durante el cual se generó un “cultivo mental” hasta el punto de que, por un momento, vio cerca el motín, pero “la mayoría son jóvenes cooperantes, turistas y había poca gente mayor de riesgo y no sucedió nada grave”.

“Mala gestión”

Gómez Abeledo se queja, pero al mismo tiempo no de dejar de repetir mantras como “han hecho un esfuerzo”, “no quiero criticar o ser alarmista” o “hay gente peor”, pero se derrumba: “No puedo evitar pensar que estoy corriendo un riesgo muy alto que no tendría que sufrir si esto se planificara mejor. Me pregunto si la avería era reparable y, ojo, son sensaciones mías, no puedo afirmar nada y detesto a los opinólogos”. Así que solo le queda ver una “mala gestión” y, de hecho, no entiende por qué el miércoles no se mandó otro avión y uno más grande para dejar espacio entre pasajeros o uno de dos plantas... Pero además ese día acabaron en un hotel, así que vuelta a exponerse y en “Guayaquil, precisamente en esta zona, y claro, no puedes evitar imaginar que al final, en tres o cuatro días tendré síntomas. El miedo es difícil de controlar”. Y tanto, ayer cuando abandonaban el establecimiento –cuyo personal conformado por 40 personas abrió exclusivamente para ellos y para quien “hiciera falta, le daba igual de donde seamos”–, los europeos se agolpaban, ni distancia de seguridad ni nada. “Es humano, solo piensan en subir al avión, quieren llegar a sus casas”, añadió. A Guadalupe ayer ya solo le calmaba una cosa: “la amabilidad de los ecuatorianos”. l

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