Adiós Navidad

Por fin se han acabado las fiestas. Afortunadamente podemos dejar de ser felices por obligación y de gastar dinero a destajo.

Tras el colofón final del día de Reyes, comienzan las rebajas y los cambios de todos los desaciertos, para dejar paso al verdadero comienzo de un año en el que el mayor deseo de la mayoría pasa por recobrar la normalidad.

Atrás quedaron las supersticiones de fin de año y las peticiones de antaño de hacernos ricos como por arte de magia. Solamente queremos volver a ser lo que éramos y salir de esta vida descafeinada.

Miro la agenda de mi teléfono y me doy cuenta de que tengo familia y, aunque apenas los veo, más amigos de los que merezco. Sé que están ahí porque lo dice la pantalla de mi móvil. Me consuela saber que están, pero la Navidad sin ellos no es Navidad.

Las fiestas se han ido por el corbatín al mismo ritmo que su verdadero significado. Lejos de los regalos y de reuniones con los tres de siempre, las fiestas que celebran el nacimiento de Jesucristo eran para mí la alegría de volver a ver, de volver a abrazar y de compartir conversaciones, besos y abrazos… Ahora lo sé.

La pandemia me ha demostrado lo que siempre promulgué sin creérmelo del todo: ese espíritu de la Navidad que nos inculcaban en los colegios religiosos y que ponía muy en duda cuando era una niña, ha regresado.

No eran los regalos como yo creía, ni poner el árbol, ni dar un aguinaldo. Lo que me daba la felicidad en estas fechas era poder salir sin horarios, reunirme dónde y con quien me daba la gana y sentir la chispa de la grata compañía. Era feliz y, como suele ocurrir, no lo sabía.

Los días navideños pasaban entre reunión y reunión con diversos grupos que llenaban mi tiempo y alimentaban mis ilusiones… Y eso se ha ido para mí y para todos.

Códigos para ver las cabalgatas, caramelos pasando por tubos, niños a kilómetros de otros, mascarillas, geles, lugares medio vacíos y ancianos solitarios para no ser contagiados, componen a grandes rasgos esta nueva Navidad.

Así que, con este panorama, no nos queda más remedio que hacer una reflexión de puertas para dentro y pedir con todas nuestras fuerzas que las olas se distancien hasta desaparecer y que la vida nos dé una tregua para que, entre otras cosas, nuestros hijos conozcan algún día la sensación de salir en Nochevieja en condiciones, de hacer un viaje de fin de curso sin miedo a un confinamiento, de subirse en brazos de un rey mago, de ser besuqueados por sus abuelos, o simplemente de sentir en la cara la brisa de la libertad sin restricciones.



*Begoña Peñamaría es
diseñadora y escritora

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