Un consuelo

Las noches que no duermo las invierto en sueños: los míos si estoy escribiendo, los de otros si estoy leyendo. Escribir me duele, leer me duele. Un dolor físico y postural, otro dolor incorpóreo y sensible. Vuelvo a empezar: escribir me consuela, leer me consuela. Son una suerte de huida, una huida Hacia la belleza.


Una vez perdí a alguien. Fue un tiempo en mi vida de días interminables, desiertos, en los que deambulé por todas mis calles interiores. El mundo se había callado, yo agazapada en el silencio: no crecían palabras salvajes en mi corazón, estaba como un carpintero sin madera, igual que una bailarina sin zapatillas de punta. Pero la belleza te hace un guiño donde menos te lo esperas, como si pudieras encontrar la esperanza a la vuelta de la esquina. Fue cuando la fotografía me salvó. Y la literatura y la poética del paisaje. Del arte como consuelo te hablo hoy.


Esta semana he pasado horas observando la obra pictórica de Amadeo Modigliani. No entiendo nada de pintura, como tampoco entiendo nada de música, solo reconozco mis emociones: duele lo que es bello, la verdad, también duele. Me he permitido quedarme en los rostros de todos los hombres y mujeres que pintó el joven artista italiano, de destino trágico, sin éxito en vida, como si tuviera que gustar pasado un tiempo prudencial que incluyera su muerte.


Reconocer un Modigliani es fácil: rostros alargados, cuellos de cisne, bocas pequeñas, ojos de almendra. El escritor francés Jean Coucteau, amigo y modelo de Modigliani en los días parisienses cercanos a la I Guerra Mundial, dijo que Modigliani no pintaba lo que veía, pintaba solo lo que sentía.


Respecto a mi falta de conocimiento, quiero creer que la suplo con mi deseo de saber, de conocer, con la necesidad de curarme: qué pena tenía en su fondo el pintor de Livorno, qué lucha interna, un amor seguro, qué insatisfacción, qué algo esencial había tenido, qué había perdido.


La belleza es un recurso contra la incertidumbre, escribió el francés David Foenkinos en un libro que pasó desapercibido: Hacia la belleza. Me he dejado acariciar por esta novela que habla de culpa, de silencios que son gritos, de la soledad a la que nos asomamos, pero también de cómo podemos hallar refugio en el arte. Me tiene todavía pensando: ¿Cómo puede la pintura expresar todos los matices de una emoción? ¿Cómo puede la escritura mostrar todos los matices de una palabra?


«El arte no está para reproducir lo bello, sino para hacer visible aquello que está más allá de los ojos».


He podido escribir sobre Murakami, flamante ganador del Premio Princesa de Asturias de las Letras 2023, antesala, espero, al Nobel, porque su literatura es también la de un corredor de fondo de la belleza, porque su narrativa profundiza en los grandes temas y conflictos de nuestro tiempo: la soledad, la incertidumbre y la deshumanización de nuestra sociedad.


He podido escribir sobre ese derrumbe moral que como sociedad sufrimos hace unos días, cuando unos cuantos, que no fueron pocos, pero no somos todos, cantaron en un estadio de fútbol, como si la historia no nos pesase suficiente. He podido y he escrito finalmente sobre arte, porque toda obra artística, en cualquiera de sus expresiones y formatos, un libro, una pintura, una pieza musical, apuntan a un mismo objetivo, trabajan sobre una misma materia: la expresión de lo que está enterrado en nosotros.

Un consuelo

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