Dimite, Boris, anda

Ya no sé de quiénes vamos a tomar ejemplo. Antes, ante la menor irregularidad, en Gran Bretaña, por ejemplo, alguien dimitiría por cosas que en España costarían, como mucho, una reprimenda. Pero ahora el Reino Unido se ha convertido en el ‘show’ particular de un tipo tan peculiar como Boris Johnson, a quien en su propio partido piden que abandone el 10 de Downing Street, su residencia como del primer ministro. Que se vaya. No tanto por haber celebrado una fiesta alcohólica cuando el propio Gobierno había decretado el confinamiento y la limitación absoluta de personal en las reuniones, sino por algo que la moral anglosajona considera aún más grave: mentir. Por haber dicho que creía que el botellón al que asistió –y convocó– era una reunión de trabajo. Nadie le ha creído, por supuesto.


Yo creo que acabará dimitiendo. Pese a que la pérfida Albión es ahora, con Boris, más pérfida que nunca y ha ido degradando sus estándares éticos y estéticos hasta extremos insospechados. Claro que el mundo ha visto espectáculos como los que casi cada día nos daba el afortunadamente ex presidente Trump y ahí anda, pensándose si volverá a presentarse a las elecciones.


O vemos con pasmo que alguien tan, ejem, poco recomendable como Berlusconi se prepara, a sus 85 primaveras, para concurrir a los comicios para la presidencia italiana. O lo de Bolsonaro. O lo de Djokovic, que ya debería hacer sido excluido del Open australiano no tanto por no haberse vacunado, violando todas las normas que para los demás sí rigen, sino, también, por mentiroso.


Creo que las dimisiones, los ceses, los adioses a quienes lo hacen mal, se equivocan o, sobre todo, tratan de equivocarnos -y sí, pienso también en Alberto Garzón, cómo no-- son una regla moral imprescindible en las democracias que merecen el nombre de tales. Antes se dimitía si te pillaban plagiando en un libro, o si te inventabas honores académicos que, en realidad, no poseías. En Estados Unidos apearon a un candidato a presidente que resultó que tenía una amante no por tenerla, sino por haber negado tenerla. 


Pero me temo que, ante la degradación moral que estamos experimentando a escala planetaria, hoy a Richard Nixon le homenajearían como a un tipo muy hábil y astuto, como uno de esos ‘hackers’ rusos a los que el Estado contrata con sueldos astronómicos, porque piratean y roban en la red mejor que nadie.


Por eso muchas veces pienso que, en cuanto a inveracidades, o sea, ‘fake news’, es decir, mentiras, aquí en España nos hemos situado, también, en el pelotón de cabeza del mundo mundial. Solo que aquí a nadie se le pide que dimita, más allá de los rifirrafes sin pies ni cabeza entre Gobierno y oposición. Porque en esto, también, Spain is different.


Por cierto, he apostado varias cenas a que Johnson se acaba marchando antes de un mes. No me dejes mal, Boris.

Dimite, Boris, anda

Te puede interesar