Falsas jerarquías

Por naturaleza, la mayoría de los seres humanos son dados a demostrar su supremacía ante sus congéneres, por lo que, además de confundir muy a menudo las batallas en las que merece la pena involucrarse con aquellas que deberían pasar por alto para no desgastarse absurdamente; sienten que su vida sirve para algo cuando creen ser capaces de complicar la de otros.
En su afán por enseñarles a sus múltiples compañeros de fatigas que ellos son un poco más listos, un poco más guapos y hasta un poco más ricos; los acomplejados pierden sus fuerzas tratando de esconder sus carencias en el intento por convencer a algún incauto de que ellos, simplemente, son más.
Y, posiblemente, son más… Mucho más tontos, bastante más feos, algo más pobres y hasta más infelices. No en vano, el sabio refranero español hace alusión en una de sus reflexiones a eso de “dime de que presumes y te diré de qué careces”. Así de sencillo.
Para lograr retroalimentar su afán por destacar a cualquier precio, suelen ir de bobo en bobo buscando un poco de admiración y procurarán a toda costa no rodearse nunca de nadie a quien consideren superior, salvo que puedan obtener algún provecho, en cuyo caso y hasta lograrlo, pondrán en práctica el juego de la falsa humildad.
Desde mi experiencia personal, puedo decir que en este deambular al que nos sueltan por medio de un cordón umbilical, he tenido la suerte de toparme con perfiles varios que me han llevado a corroborar el pensamiento que desde estas líneas vierto.
Vecinos vestidos de marca hasta las cejas que intentan fallidamente complicar la vida de otros a sus espaldas y que, sin embargo, pierden los papeles gritando o tartamudeando cuando se produce el encuentro frente a frente. Falsos amigos con coches de alta gama que por el día son los que sus progenitores necesitan que sean y que por la noche se transforman a escondidas en lo que les piden sus miserias. Familiares ávidos de admiración hacia ellos o, en su defecto, hacia sus bienes. Dependientes amaestrados para complacer al cliente que, sin embargo, parecen querer darle una lección en cada frase. Funcionarios bordes que, en lugar de ayudar al ciudadano y en su afán por un minuto de gloria, procuran dificultar cualquier gestión. Triunfadores provincianos endiosados a los que o se les rinde pleitesía o te cierran para siempre las puertas de sus supuestos favores; o distantes bancarios que se regocijan de puertas para dentro con la implantación de unas tecnologías que complican la vida de sus clientes y que acabarán poniendo a la mayoría de patitas en la calle… Componen a grandes rasgos el panorama social al que quien más o quien menos tenemos que enfrentarnos cada día.
Porque, al final, nuestra cotidianidad son personas que tratan de facilitar o de dificultar; pero lo que sí es cierto es que, al igual que existe un denominador común de satisfacción en los que son colaboradores, existe otro de rabia, celos, complejo y resquemor en aquellos que viven para demostrar que ellos son más que el que tienen al lado. Pidamos que el destino no nos mande más gente absurda de la que podamos soportar, que aprendamos rápido a detectarlos y a evitarlos, y que sepamos educar a nuestros hijos lejos de la soberbia, la falsa modestia, el despotismo y las exigencias; con el único fin de soltar personas felices a este mundo que continuará cuando ya nadie se acuerde de nosotros.

*Begoña Peñamaría es
diseñadora y escritora

Falsas jerarquías

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