El gran dislate (otro más)

Cuando, el próximo jueves, haya de votarse el decreto sobre reforma laboral en el congreso, estaremos asistiendo a un dislate parlamentario más, más allá de la guerra perpetua en la que tanto gustan embarcarse: votarán una reforma laboral de escasa monta, nada que ver con la palabra ‘derogación’. Y los intereses en juego para justificar el ‘sí’, el ‘no’ o la abstención serán muy distintos a los que puedan afectar a los ciudadanos en su persecución de un empleo digno.

Sé que en las últimas horas ha habido muchas conversaciones ‘discretas’ en busca de acuerdos, ‘tomas y dacas’ inimaginables, que permitan que el Gobierno en general, y Díaz en particular, puedan sacar adelante el proyecto en la Cámara Baja. Si no se aprobase finalmente, por razones como que ni ERC, ni el PNV, ni quizá Bildu, han visto satisfechas sus demandas en otros aspectos, tampoco pasaría, la verdad, gran cosa. Excepto, claro, que los interlocutores sociales, la patronal y los sindicatos, quedarían, tras el esfuerzo de llegar a un acuerdo, desautorizados por la vieja política de ‘aquí se hace lo que yo quiero’. Y pasaría también, desde luego, que la ministra de Trabajo sufriría un serio golpe a su trayectoria como eficaz negociadora.

El Gobierno se juega un revés, y la oposición representada por Casado, también. Puede que ambos acaben sufriéndolo por no haber sabido, ni querido, presentar conjuntamente soluciones convenientes al país. Si el ‘Gobierno Frankenstein’ se desarbola por una ley que, en el fondo, viene a cambiar algo para que todo siga igual, ya me dirá usted cuando lleguemos de verdad a las cosas de comer, como la fiscalización del reparto de los fondos europeos o plantarle cara en serio al sátrapa Putin. Una vez más habrá que convenir que esta coalición gubernamental es imposible, que los aliados externos de Pedro Sánchez son un peligro para la estabilidad de la nación y que el papel de las formaciones ‘intermedias’, como el declinante Ciudadanos, sigue siendo relevante mientras la composición de los escaños siga siendo la misma, que no lo será ya durante mucho más tiempo.

Pero nuestros políticos suelen ser conservadores. Plantean los desafíos hasta el límite y luego, tranquilizados y exhaustos por la batalla-por-la-batalla, vuelven al redil, no vaya a ser que la cosa evolucione a peor. Sospecho que Sánchez, que tanto gusta de ponerse al borde del precipicio, tiene ya más o menos garantizada una votación que le permita, con los apuros y sustos de siempre, sacar adelante la ‘mini reforma’, y a otra cosa. Es decir, a buscar nuevas razones para que nos sintamos divididos, atraídos por el riesgo, al límite. Y lo curioso es que seguimos comprando el juego, incluso en un tema que, como la reforma laboral (esta), tan pocos perfiles de confrontación debería suscitar.

El gran dislate (otro más)

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