Cabo Razo, un abrazo con 55 años de retraso

Cabo Razo, un abrazo con 55 años de retraso
sierra y mallo (derecha), supervivientes, junto a vázquez y outeiral, que ayudaron en el rescate e.m.

Cuando aquel fatídico 5 de agosto de 1958 el buque Cabo Razo hundía su mole en la Ría de Arousa, falleciendo trece personas, las vidas de José Abuín y de Ángela Sierra, ambos adolescentes, se cruzaban para siempre, aunque no lo supieron hasta 55 años después. En las frías aguas atlánticas, José Sierra y José Ramón Abuín (natural de Carril pero afincado en Barcelona) luchaban para mantenerse a flote mientras veían caer a varios de sus compañeros. El primero, un joven de dieciocho años, sin currículum y con poco gusto por la vida marítima. El segundo, un experimentado maquinista, con 64 primaveras y varios sucesos a sus espaldas.

Fueron dos de los supervivientes de una tragedia que ha marcado la memoria de varias generaciones de arousanos. Aunque la naturaleza no ha permitido al carrilexo (que hoy tendría 110 años) asistir a la presentación del documental que recrea el hundimiento del Cabo Razo, su memoria personal la defiende su hijo, con su mismo nombre, y su nieta Berenice. Ambos pudieron ayer conocer y abrazar a José Sierra, que viajó desde Santander (nació en un pueblo pequeño cercano a esta ciudad) junto a sus dos hermanas, Carmen (la mayor) y Ángela (la pequeña), su hija Sandra y su sobrino Carlos. Ninguno de ellos quiso perderse la segunda sesión de “Desde dentro do Corazón”, dirigido por Antonio Caeiro (O Faiado da Memoria) y producido Nova Comunicación, a la que también asistieron Vicente Mallo, de Muros, otro de los supervivientes, y Manuel Vázquez y José Outeiral (“O Tonero”), dos de los “héroes” que ayudaron en el rescate.

El primero tenía tan solo once años cuando su padre le metió en una gamela para darle la lección de su vida. Aquella solidaridad marinera que también llevó a “O Tonero” a lanzarse a la Ría para dar su mano a aquellos que más lo necesitaban en esos momentos. Rescatadores y rescatados coincidieron ayer, por primera vez en más de cincuenta años, en el salón del Liceo Casino, en un encuentro emotivo del que fueron testigos las más de cien personas que asistieron a la proyección.

 

una historia compartida

“Creía que no podía alcanzar la superficie”, recuerda José Sierra, el joven de 18 años hoy convertido en abuelo, a quien se le muda el rostro cuando habla de aquel valenciano de su misma edad, compañero de camarote, que perdió la víctima en el accidente. Tras aquella tragedia recibió una indemnización de tres mil pesetas, “que tuve que ir a buscar a Bilbao. Ya casi la gasté en el viaje”. Dinero que en ningún caso podría pagar el susto que se llevó su familia cuando aquella mañana escucharon su nombre entre las víctimas del naufragio del Cabo Razo. Su hermana Ángela, que tenía quince años en aquel momento, todavía le vienen las lágrimas a los ojos al recordarlo. “Cuando supimos que no era él mi madre empezó a abrir las ventanas y a limpiar la casa”, asegura. Todavía hoy no saben si aquello fue una confusión o si había una persona con el mismo nombre que “el hijo pródigo”.

Por Radio Nacional también escucharon el suceso José Abuín, con 14 años, mientras veraneaban en un pueblo cercano a Barcelona. “Fue la primera noticia y mi madre se cayó al suelo llorando”, recuerda. Aquel suceso devolvió a tierra al que hasta entonces era un extraño y que aprendió a conocer en la adolescencia. Al jefe de máquinas del Cabo Razo lo salvó su instinto y su experiencia. Se jubiló al poco y murió treinta años después, aún con la brújula activada.

Cabo Razo, un abrazo con 55 años de retraso

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