Las llamas que hicieron cenizas el taller de sueños

Las llamas que hicieron cenizas el taller de sueños
el cine teatro cervantes, que estaba en vista alegre, ardió una tarde de otoño de 1977 o faiado

Una mujer que se siente sola porque su marido dedica más tiempo al trabajo que a ella. Se trata de un argumento que ni siquiera en 1934 era novedoso. Sin embargo el halo de misterio que rodeaba a la actriz protagonista, Greta Garbo, empujado por la ambientación en la China milenaria, convirtieron a “El velo pintado” en un clásico del que todavía se siguen haciendo versiones casi un siglo después. Lo que no se ha escrito de esta película es que marcó un antes y un después en la historia de Vilagarcía de Arousa. Fue un domingo, 3 de noviembre de 1935. La bandera de la República ondeaba y los ecos de guerra todavía no se escuchaban. La localidad arousana vivía una de sus épocas más esplendorosas urbanística y culturalmente hablando. Y estos son precisamente los dos ámbitos que dominaba a la perfección el salón teatro que se inauguró con la proyección del filme dirigido por Richard Boleslawski. El Cervantes, nombre por el que se le conocería a partir de entonces, fue el taller de sueños de generaciones enteras de vilagarcianos.

una vida en un salón
El empresario Alfonso Bouzó fue el encargado de poner en marcha este salón, aunque fallecería poco después de su inauguración pasando el Cervantes a manos de su mujer, de nombre Lola. Diseñado por el arquitecto Robustiano Fernández Cochón. “Ocupa una superficie de 800 metros cuadrados y alcanza los doce metros lineales. Obra de lo más moderno que causa la admiración de todos cuanto la visitan”, relata El Pueblo Gallego en su edición del 12 de octubre de 1935, en la que también destaca “dos soberbias escaleras que conducen al piso superior” así como la iluminación, que corrió a cargo del intelectual Camilo Díaz Baliño, que sería fusilado pocos meses después por sus ideas galleguistas y republicanas.
El número de personas que podría acoger aquel salón es todavía un misterio más de treinta años después de que se cerrara para siempre. “El teatro contaba con un amplio patio de 400 butacas, además de las de platea y general”, explica en el blog de O Faiado da Memoria Daniel Garrio Castromán, que también desvela una de las características más particulares del Cervantes. “Contaba con una pequeña sala para lutos desde donde podían ver toda clase de espectáculos y películas, sin ser vistas, muchas personas a las que les había fallecido algún familiar recientemente y quería evitar las críticas del vecindario”. Pero no solo las penas se olvidaban en aquel edificio por el que pasaron artistas de la talla de Antonio Machín, Estrellita Castro o Lola Flores, y que en cada Carnaval desmontaba sus butacas para acoger los bailes del Liceo. Historias de amor y desengaño, grandes amistades y un sinfín de anécdotas se fraguaron en aquel taller de sueños que ardió misteriosamente una tarde otoñal de domingo de 1977 sin que las llamas pudiesen hacer cenizas los recuerdos.

Las llamas que hicieron cenizas el taller de sueños

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