OCIO Y NEGOCIO

A pesar de las auténticas crisis, en la sociedad de la opulencia mal distribuida en la que vivimos hemos creado la industria del entretenimiento, convirtiendo, como decía aquella canción de Danza Invisible, nuestro ocio en negocio, lo cual tiene sus ventajas y sus inconvenientes.
Dentro del boom de esta actividad económica, el deporte en general y el fútbol en particular ocupan un lugar preponderante y en estas fechas que se avecinan, en mi opinión cada vez más desprovistas por desgracia de su sentido original, o en otras donde la actividad escolar lo permite, dispondremos de la oportunidad de asistir a un sinfín de torneos que tienen en común la puesta en  competición de deportistas en edades que incitan a plantearse si es o no conveniente que los niños se expongan a quedar atrapados bajo el yugo del “resultadismo” de manera cada vez más temprana.
Más allá del impacto favorable de estos eventos sobre sectores del tejido productivo sin duda necesitados de impulso, el foco del debate es importante situarlo, a mi juicio, sobre el aspecto socio-deportivo y serenamente detenerse a pensar si en este ambiente competitivo (y no en otro) es posible alcanzar el doble objetivo al que el fútbol de base debiera aspirar: en primer lugar a que el joven deportista adquiera unos valores humanos que puedan serle útiles socialmente en su futuro, y en segundo lugar a que su talento futbolístico, mucho o poco pero el suyo, crezca en consonancia con su capacidad para entender el juego y poder disfrutar verdaderamente de él.
He dedicado muchos años de mi trayectoria deportiva a ser entrenador de base y, con total sinceridad, pienso que no sólo estos acontecimientos deportivos sino también las actuales competiciones federadas y hasta muchas de las metodologías de entrenamiento que se aplican en las presuntuosamente autodenominadas “escuelas de fútbol”, en nada ayudan a conseguir alguno de los dos objetivos citados con anterioridad.
Como entrenador que soy me preocupa todo esto, y como padre, que no soy, si lo fuese me preocuparía también. Los padres se han convertido en la diana a la que van dirigidos casi todos los dardos cargados de reproches, pero al mismo tiempo son los financiadores indispensables para que lo fundamental de esta tramoya funcione. Por un lado se solicita su dinero, y por otro se les dice que estorban e incluso se les niega en ocasiones su derecho a comprobar si lo que ellos aportan económicamente va dirigido en su totalidad a las actividades que desarrollan sus hijos. Ante esta dualidad es normal que ocurra lo que cada vez es tristemente más frecuente: que los sectores menos razonables de ambas partes entren en conflicto.
La mayoría de los miles de chavales que hoy se atarán las botas en los vestuarios de los campos sintéticos sueñan con repetir ese gesto algún día en un gran estadio, pero muchos abandonarán  prematuramente, desilusionados y odiando el fútbol, habría que preguntarles porqué. El mismo sueño teníamos en nuestra infancia cuando rompíamos los zapatos en cualquier descampado del pueblo. Casi ninguno llegó a cumplirlo, pero nunca aborrecimos el fútbol y a casi todos nos sigue apasionando, tal vez porque entonces soñar no costaba dinero y ni nosotros, ni nuestros padres, tuvimos que pagar  un alto precio por ello.

OCIO Y NEGOCIO

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