¿QUIÉN SABE DE FÚTBOL?

Es posible que ciertos lectores crean que la siguiente recomendación que voy a hacer está sometida a las leyes del interés, y debo decirles que nada más lejos de la realidad. Considerar “La zona en el fútbol”, el genial e irrepetible libro que en su primera juventud escribió mi buen amigo Raúl Caneda, de obligada lectura para todo aquel que desee acercarse sin prejuicios a un brillante análisis sobre la historia y la evolución de múltiples aspectos de este deporte, supone, simplemente, un ejercicio de coherencia para hacer rentables las horas de ocio que han de llenarse de algún modo aprovechable en estos días.
En uno de los capítulos del libro que recomiendo, concretamente en el cuarto, Raúl se hace con sensatez la siguiente pregunta: ¿Quién sabe de fútbol?, y entre las páginas 37 y 39 no sólo nos da respuesta a esta cuestión, sino también a una duda primaria mucho más inquietante: ¿Qué es saber de fútbol?
A quienes la curiosidad les haya intrigado lo suficiente como para querer conocer la opinión de Caneda sobre esto les animo a acercarse a una librería e intentar rescatar en el catálogo su libro, y a quienes esperen encontrar la mía en estas líneas les agradezco que sigan leyendo pues no soy precisamente de los que teme expresar opiniones, aunque a veces me sugieran que ir contra corriente es arriesgado.
En el fútbol, como en la sociedad, parecen haberse quebrado todos los consensos, incluso aquel que suponíamos indiscutible y que decía que no es una ciencia. La posibilidad de que ciertos trepadores obsesos del glamour que ofrece este “mundillo” pretendan adueñarse en exclusiva del conocimiento del fútbol a través de falacias, vestidas de seda como aquella mona, es cada día más una realidad que una amenaza, consentida por la inacción y la ignorancia de los numerosos profesionales que intuyeron lo sencillo que era para ellos prolongar su status una vez “colgadas las botas”. Invadidos por un ejército de graduados seducidos no por la señora Robinson y sí por la ambición mal entendida, muchos de estos pseudo gurús se han especializado, excusados en la tecnología, en la medición de parámetros y la acumulación de datos cuya utilidad es tan discutible como la del cuarto árbitro. Por si esto fuera poco, por  el otro flanco asoma la tropa de los nuevos analistas capaces de bombardearnos con toneladas de pedantería, de nombres y de anécdotas convertidas en categoría que lo único que demuestran es la cantidad de fútbol de antena parabólica que consumen.
Y en medio de todo este embrollo está el aficionado. Comparto la opinión de que el espectador busca con el fútbol poder disfrutar y para ello no precisa saber, sólo ser capaz de ver lo evidente. Sin embargo, quizá por la nociva influencia de los unos y los otros, parece que lo evidente resulta cada vez más difuso y por lo tanto menos visible. Decisiones sensatas se discuten, pases con criterio se protestan, y al mismo tiempo cualquier cabriola insustancial o cualquier aspaviento para la galería se reciben como adagios de Mozart. A pesar de todo ojalá nunca decaiga la costumbre de acudir al campo los domingos, aunque sólo sea para esbozar una nostálgica sonrisa cuando los chiquillos saltan a perseguir un balón en el descanso o para compartir un par de bolsas de pipas, porqué el fútbol, que yo sepa, también se inventó para eso.   

¿QUIÉN SABE DE FÚTBOL?

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