Colau, la traidora

Sin la Alcaldía de Barcelona Ada Colau estaría políticamente muerta. La ha salvado su ambición de poder. Y que los tres munícipes de Valls no la equipararon a esos independentistas dispuestos al portazo a España.

Se ha metido en un buen lío. Lo supo al recibir el bastón de mando entre gritos de “traidora”. Luego la vimos llorar de rabia por los insultos recibidos. Ya sabe lo que es sufrir en carne propia a esas personas que, en palabras de la profesora M. Jesús Álava, “se creen superiores y estar siempre en posesión de la verdad única, demuestran ignorancia, narcisismo, desprecio hacia los demás y falta de equilibrio emocional”.

Colau les ha reventado el sueño de convertir a Barcelona en faro internacional de una no nacida república independiente. No se lo perdonan, aunque quiera hacer méritos reponiendo el lazo amarillo en la fachada del Ayuntamiento. Le granjeará también la presión por la otra parte, representada por Valls y el socialista Collboni, que facilitaron su continuidad en el cargo y por ello le reclaman la retirada de esos símbolos.

La vuelta del lazo amarillo al edificio municipal anticipa la tensión que unos y otros, independentistas y no independentistas, van a llevar a la institución. No quiero decir que haya buenas razones a uno y otro lado. La razón solo está de una parte. La de la ley y el servicio a la convivencia ciudadana.
Se esté a favor o en contra del encarcelamiento de los nueve del “judici”, mantener esos símbolos en edificio público es incumplir el deber de neutralidad de quienes gobiernan unas instituciones de todos, no de tal o cual partido, no de tal o cual familia política. E ignorar esa regla de la vida pública es echar sal en la herida de Cataluña, que es su fractura en dos mitades mal avenidas y prácticamente iguales.

Peor aún, es prestar un irresponsable asentimiento al hecho verificable de que la sociedad catalana y sus principales instituciones están confiscadas por la arrogancia del pensamiento nacionalista. Ese que maneja el “España nos roba” con las mismas intenciones insidiosas que Franco manejaba la “conspiración judeo-masónica”. Es aquella y era esta una elaborada excusa contra el discrepante, el diferente, el que no marca el paso de quienes conciben a Cataluña como unidad de destino en lo universal. Y así hasta que ocho millones de catalanes acaben creyendo que el Reino de España es un Estado represor del mismo modo que muchos millones de personas en todo el mundo creen que la Tierra es plana.

Lugares comunes, al fin y al cabo. Como eso de que el conflicto res político y no se resuelve con procesos judiciales. ¿Y quién ha dicho que los jueces pretendan resolver un conflicto político? Los tribunales solo pretenden aplicar la ley. La política es otra cosa.

Colau, la traidora

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