El deshielo no funciona

Desde Waterloo (Bélgica) Carles Puigdemont ha recordado a Pedro Sánchez que los votos nacionalistas que le auparon a la Moncloa tenían y tienen un precio. A su lado, Quim Torra, el suplente, dijo que ahora lo que toca es avanzar hacia la república de Cataluña. ¿De qué ha servido, entonces, la política de gestos para la distensión del Gobierno socialista, denunciada incluso por el PP y Ciudadanos como una presunta cesión a los chantajes del separatismo?
En realidad lo que intenta Sánchez ya lo intentó con escaso éxito la exvicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría. Se quería conseguir un acercamiento de posiciones después de establecer una cabeza de puente en el campo independentista. Entonces era Junqueras y ahora era Marta Pascal (PDeCat). Pero los puentes volaron. Junqueras acabó en la cárcel y Marta Pascal ha sido recientemente destronada por Puigdemont.
Va de limar asperezas, ofrecer escenarios de apaciguamiento y dialogar con música de violines. Pero el único resultado visible ha sido el asentimiento de Moncloa al carácter “político” del conflicto. Y aunque los soberanistas lo celebran como fruto del deshielo, no altera la cuestión de fondo. Por ahí seguimos en las mismas. Mientras el soberanismo espera que el acercamiento sirva para negociar la desconexión, el Gobierno del Estado no puede desbordar un marco ceñido estrictamente al orden constitucional. Por tanto, el norte de la negociación no puede ser otro que el de encontrar un mejor encaje de Cataluña en el Estado.
En ese terreno la política de distensión tampoco servirá. No obstante, el deshielo podría conseguir que cambie el orden de los dos vectores del ser secesionista. El de la aversión a España y los españoles manda sobre el de la reafirmación de Cataluña y los catalanes. Si fuera al revés, si se acabase imponiendo el segundo, en positivo, se sumarían a la causa del sentido común cientos de miles de catalanes que también se sienten españoles y no quieren reconocerse ni de lejos en la tipología del “indepe”.
Eso permitiría avanzar hacia la desactivación del desafío. Se concretaría en una aritmética parlamentaria no favorable al secesionismo. O no tan favorable como la de ahora. Estoy sugiriendo que el deshielo alfombraría el camino de las urnas con la perspectiva de una nueva relación de fuerzas. Tampoco es tan difícil, a poco que un clima político más apacible, como el pretendido por Sánchez en su apuesta por el diálogo, No olvidemos que el actual presidente de la Generalitat, Quim Torra, salió investido por un solo voto de diferencia (66 síes, 65 noes y las 4 abstenciones de la CUP).
 

El deshielo no funciona

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