La ruptura

Sin esperar a conocer el desenlace de su máximo órgano de dirección entre congresos, el llamado Consejo Ciudadano Estatal, es detectable una corriente de complicidad con Errejón. Al menos en lo tocante a su apuesta por la causa de la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, en las elecciones de mayo.
Si lo hacemos en el Ayuntamiento, por qué no hacerlo en la Comunidad. El razonamiento está cargado de lógica. Esa es la motivación de Errejón en su inicial condición de candidato de Podemos a la Comunidad de Madrid. Una decisión realista e inteligente de quien, ya despojado de sus cargos, aún se reconoce militante del partido liderado de aquella manera por Pablo Manuel Iglesias.
Y eso mismo le ha parecido a otros dirigentes que en su reunión de hoy propondrán alguna fórmula de acercamiento a Errejón y al fondo de su propuesta: una candidatura única que ponga a todos los efectivos de Podemos a la sombra política de Carmena, pero con un candidato del partido, que sería e Errejón. La propia numero dos del mismo, Irene Montero, defendía el lunes la posibilidad de ir a hacia esa candidatura de unidad.
O sea, marcha atrás respecto a la inicial reacción de los máximos dirigentes, aquejada por un ataque de contrariedad mal resuelto con descalificaciones personales y graves acusaciones de deslealtad dirigidas a Errejón. Ha sido fácil encontrar un relato justificativo: frenar a la derecha y acabar con el reinado del PP en la Comunidad, como hizo en el Ayuntamiento hace cuatro años.
Tratamiento aparte merece la crisis desencadenada por el gesto de Errejón. Los medios de comunicación se han llenado de las más variadas interpretaciones sobre la implosión en Podemos. Pero tampoco hay que quebrase demasiado la cabeza para entender que desde su fundación este partido ya llevaba dentro todos esos elementos implosivos que dejan a Iglesias a los pies de los caballos. A saber: personalismo en el liderazgo, leninismo en la organización y trasnochado peronismo en la ideología. Lo demás lo puso la aversión al PSOE, al régimen del 78 y a la monarquía parlamentaria.

 

La ruptura

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