Putin, ¡qué peligro!

Nacionalismo y expansionismo. Dos vectores tóxicos de la vieja enfermedad europea. Espero que esté superada después de las tres confrontaciones bélicas sucesivas en el Viejo Continente (franco-prusiana, primera GM y segunda GM). Pero nadie garantiza que en cualquier momento el factor Putin no piense administrarnos una sobredosis de recuerdo. Las recientes tensiones con la UE y con EE UU no auguran nada bueno. Vamos a dejarlo ahí, como pasajera alusión a la soga en casa del ahorcado.
Alguien dirá que hay que ponerse en las sandalias de los rusos. Solo hasta cierto punto. Hasta el punto que marcan los límites de nuestra condición de europeos occidentales, donde tiene mejor y más duradero asiento el sistema democrático.
Es el límite. Lo desbordaríamos si renunciásemos a nuestra fe en las libertades, el pluralismo, la tolerancia y el estado del bienestar, a la hora de analizar los resultados de las elecciones rusas del pasado domingo. Barrió Vladimir Putin, antiguo espía de la KGB (Servicio Federal de Seguridad, con el posterior cambio de nombre). Se asegura así el uso y disfrute del poder durante seis años más que, sumados a los dieciocho ya consumidos como inquilino preferente del Kremlin, rozará el cuarto de siglo de una tiranía adornada de los globos y cadenetas propios de las liturgias electorales en democracia.
Que se le hablen al comunista Pavel Grudinin (11,9 % de los votos, frente a los76,5% de Putin) de igualdad de opotnunidades en la reciente campaña, concebida desde el poder como un paseo militar para el jefe. Y no es porque a Grudinin le faltasen medios económicos para costear su campaña. Que se lo digan al insumiso Alexei Navalni, procesado por un polémico caso de corrupción y vetado después por las juntas electorales. Por no hablar de los siniestros casos de envenenamiento de disidentes rusos en Reino Unido, donde las autoridades británicas siguen convencidas de que detrás está la mano del gobierno ruso.
Si lo vemos en positivo, más vale confiar en que se suavicen las bravatas de Putin y sus silenciosas intromisiones en países occidentales, mediante el uso de redes sociales y maniobras desestabilizadoras a través de internet (Cataluña, en la memoria de los españoles).
Pueden suavizarse, efectivamente, al menos en la primera parte de la nueva Legislatura. Esperemos que Putin acabe siendo sensible a la demanda de la ciudadanía, que quiere volver a la política de las cosas, frenando las pulsiones expansionistas y la retórica belicista de los últimos tiempos.
Se supone que la recuperación de Crimea calma las pulsiones más identitarias de los rusos y ahora la recuperación que procede es la económica. Empezando por las pensiones, cuyo poder adquisitivo viene desbordado por el aumento de los precios, sobre todo en las grandes ciudades ¿Verdad que nos suena?

Putin, ¡qué peligro!

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