Las lecciones que no se han dado

cuesta en estos días encontrar noticias positivas, esas que te hacen sonreírle a la taza de café por la mañana. La inmensa mayoría lo que te caen es como cascotes de escombros en la cabeza del derrumbe generalizado. Porque a lo que estamos asistiendo es a una destrucción sin precedentes, ríanse ustedes del cambio climático, a la que no queremos ni mirar siquiera, a una especie de extinción silenciosa de lo que era ayer y aunque nos creamos que sí, y en esa milonga continuamos, no va a ser mañana. Porque entre los derrumbes resulta que está también el del futuro. Al menos tal y como habíamos imaginado. Que era, como si ello tuviera que ser ineludible y por decreto, mejor que el pasado.
Esta era la filosofía y cuerpo de doctrina establecido como dogma. Se había pasado sin solución de condicionar desde aquel “cualquier tiempo pasado fue mejor” caido en el más absoluto de los descréditos a “el futuro es mejor porque es futuro”, que era tan estúpido, o más, que el anterior axioma. Las generaciones jóvenes, además, vivían y viven porque se niegan a aceptarlo, en ese mantra al que incluso se añade que ello tampoco han de hacer nada por conseguirlo ni merecerlo. Que se le dará por añadidura, que se les tiene que dar. Porque, y esa es otra, así se les ha dado todo.
Porque según se ha proclamado y repetido hasta grabarlo como verdad absoluta, son la generación más preparada de la historia. ¿Preparada para que?. Porque quizás para lo más esencial, para lo que la humanidad ha preparado a lo largo de los tiempos a sus jóvenes es para lo que en esta, ni padres ni maestros, han hecho: para afrontar las adversidades. Para la vida, vamos.
Eso había quedado arrumbado en el desván de los trastos desechados. Esa antigualla de la cultura del trabajo y el esfuerzo. Eso es cosas de viejos. Más me des porque más me merezco por el simple hecho de haberme nacido, que yo no lo pedí, como ha llegado a pleitear incluso alguno. La disciplina se confundió con represión y la autoridad con dictadura y se les considero perversos desperdicios. Los progenitores han de ser colegas oferentes de regalos y los enseñantes amiguetes complacientes que transigen con todo y te aprueban aunque te saltes dos semáforos en rojo. Los resultados del “avance” son perfectamente perceptibles tanto en un caso como en el otro y el de ambos combinado ha sido el nido en el que se han criado las bandadas volanderas que cruzan nuestro paisaje cotidiano.
Son las lecciones que no se han dado las que más se echan de menos ahora que se está sabiendo a martillazos que el hoy es peor que el ayer y que el mañana se presenta bastante negro. Quizás fuera conveniente comenzar a decir, que eso depende un algo y hasta un bastante de lo que haga, cada cual, por merecerlo.  

Las lecciones que no se han dado

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