El “África” de Daniel Sueiras

África II de Daniel Sueiras (Alicante, 1976), –que expone en Moretart–, continúa la línea de sus anteriores muestras: África y Selección natural. Su temática es una reflexión sobre el espacio habitado por el ser humano, especialmente la casa de las barriadas humildes y, de ahí, por metonimia, nos lleva a discurrir sobre el espacio pictórico y sobre los problemas de la representatividad, haciendo hincapié en el papel de la mirada. A través de esta, sobre todo, propone un punto de encuentro entre el espectador y el personaje retratado: el que miramos nos mira, a su vez, abiertamente, de frente y nos devuelve nuestro rostro, ya sea el de una mujer anciana cansada de limpiar, ya el de un joven vulgar que quiere jugar a latin lover o a L’homme fatale. 
Los roles son intercambiables, pues, en el fondo, todo es comedia, juego de espejos que sucede en el escenario de la vida y, de la misma manera que el actor se asoma al proscenio para representar su papel, sus personajes se asoman al balcón donde habitan, impostados de sí mismos; tras la fachada, otra realidad se esconde, casi siempre anti-heroica. Para resaltar esta realidad trivial, elige espacios gastados, fachadas de viejos edificios que llevan la marca del tiempo y que hablan de barrios pobres y de seres gregarios y anónimos. El mismo título de África es una referencia a lo tribal que persiste, pese a la evolución y los cambios tecnológicos, en los grupos humanos, aunque quizá también conlleva cierta nostalgia por el paraíso perdido y a cuya sacralidad hace un guiño convirtiendo en máscaras votivas algunos objetos: África sería la casa madre, el estado de inocencia, el edén al que no hay retorno. 
Hoy todos estamos enmarcados o encerrados en el espacio que hemos fabricado, encuadrados en las ventanas que nos aíslan; y si ya de por sí el cuadro constituye un recorte ficticio de la realidad, Sueiras quiere resaltarlo y lo convierte en ventana, con su marco, su alféizar y su vidrio, tras el cual se adivina la estancia en la que viven su drama en soledad los seres humanos. Ya sea una joven que asoma tímidamente su cabeza entre cortinajes; ya una madre que sostiene a su bebé; ya el hombre maduro que intenta limpiar con un trapo el cristal empañado; ya  un par de músicos que tañen su violín y su violonchelo... ; la ceremonia de la vida pasa ante nuestros ojos silenciosamente, sin grandilocuencia. 
Otras veces ya no hay nada que contar: las ventanas están tapiadas, las persianas se han bajado definitivamente, pues los habitantes han desaparecido; una nostalgia agridulce chorrea como manchas color café por los viejos muros y el observador (trasunto quizá del pintor) contempla, tras su triple cristal: el de la ventana, el de los prismáticos que empuña y el de sus ojos, el inexorable paso del tiempo.

El “África” de Daniel Sueiras

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