Alexander Calder, en el Kiosko Alfonso

La actual muestra de Alexander Calder (Filadelfia 1898-Nueva York 1976) en el Kiosko Alfonso nos permite acercarnos a una faceta menos conocida del autor de los famosos móviles: sus dibujos, litografías y aguadas. No obstante, una observación atenta permite reconocer vínculos comunes con sus esculturas; presentes están la idea de ligereza, de espacio abierto, de repetición que engendra la idea de un objeto que se desplaza, transmitiendo así la sensación de movimiento; asimismo aparecen las formas curvilíneas, ante todo círculos y espirales que también aducen –singularmente estas últimas– el significado de giro constante y de crecimiento.
Hay que resaltar de modo especial el tratamiento de la línea que es siempre aérea, graciosa, estilizada y se ondula en bucles y ritmos gráciles y adelgazados, muy semejantes a sus primeras esculturas de alambre. Igualmente, cuando dibuja la figura humana, los animales o una mezcla de ambos, busca el alargamiento de las formas y huye del naturalismo para centrarse en la expresividad gráfica.
Al impacto visual que producen estas obras contribuye no poco, el tratamiento del color, que se centra sobre todo en los primarios: rojo, azul y amarillo, con alguna incursión al naranja, a ello hay que añadir el uso del negro y el espacio vacío que funciona como el blanco; el resultado es una visión nítida, potente, de formas que se imponen a la mirada de un modo directo, vivo.
Hay que destacar, además, la alegría, la gracia y el sentido lúdico que emana de estas piezas y que lo emparenta con Miró, cuya obra admiraba y del que fue amigo entrañable; respecto a esto es notable la presencia de uno de los 30 manteles de papel que pintó, en 1974, para las mesas de la cena que se celebró en el Moulin de la Galette, con motivo del aniversario de Miró.
Fascinado por el circo, él mismo creó su propio universo circense, y algunos de los dibujos expuestos tienen por protagonistas acróbatas y animales de circo. Calder formó parte activa de aquella pléyade de grandes artistas que revolucionaron el arte del siglo XX y cuyo epicentro fue París y en su obra convergen aspectos del surrealismo y de la abstracción geométrica, en especial la de Mondrian, con ciertos guiños a símbolos de procedencia oriental como el círculo taoísta del yin y el yang, que él reinterpreta en color.
Su formación de ingeniero le proporcionó conocimientos de mecánica que, sin duda, pudo aplicar, a sus esculturas móviles, a las que poéticamente define como “la sublimación de un árbol en el viento” y que hizo después de los “stabiles” de chapa recortada, (el nombre se debe a Arp).
Como jugando –según dice René Huyghe– renovó la escultura, liberándola de la masa y del estatismo. Se aprecia en sus dibujos esa misma frescura y espontaneidad y aunque la geometría está presente, sobre todo en sus litografías de 1969, se sienten más nacidas de un impulso o sentido innato de la armonía compositiva que obedeciendo a un control racional. Por ello es justa la denominación de Daniel Lelong de “ formidable artista de la alegría”.

Alexander Calder, en el Kiosko Alfonso

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