David Morago, en Moretart

Moretart ofrece la muestra “Hymalaya Gold” de David Morago, nacido en 1975 en Madrid, en cuya  Facultad de Bellas Artes se licenció. Fascinado por la naturaleza, especialmente por su fauna salvaje, su obras nos ofrecen las impactantes presencias del bisonte, la cebra, el tiburón, la alpaca, el león, que él retrata en todo su poderío y su belleza animal, tan majestuosos como lo haría el retratista de corte al pintar reyes o princesas. 
Pero, al mismo tiempo, estas criaturas le sirven de pretexto para explorar las ricas posibilidades expresivas del dibujo, en el cual es maestro; asimismo,  sus pelajes y anatomías son campos para explorar texturas y para configurar volúmenes que se adelantan sobre los amplios espacios planos de blanco marfil del fondo, haciendo  que la presencia del animal sea más llamativa, más sólida, más cercana y, a la vez, también más extraña, dada su rareza como especie y su inclasificable belleza, tan ajena al universo humano. 
Un tratamiento especial recibe la obra “Pony”, que representa a un caballo de piel blanca con manchas marrones, sumergido, como paciendo, en una fronda de verdes plantas que lo acoge y lo rodea totalmente. Y aunque la figura es el motivo central de los cuadros expuestos, aparecen continuos guiños a la abstracción que, por ejemplo, emparentan la piel rayada de la cebra con el motivo de la obra “Trapo”, que tiene similares rayas blanquinegras; también aparecen salpicaduras, goteos, manchas sueltas, chorreos y algunas leves  pinceladas de color aquí y allá que dejan sentir esas pulsiones espontáneas y libres del acto de pintar, a la vez que recuerdan que también sobre la vida caen las máculas del tiempo y que lo que tiene forma alguna vez se diluirá en la entropía. Abstractas son también las obras “Archivo” y “Libros” que pese a estar motivadas por algo real, como los legajos que su padre amontonaba sobre la mesa de su despacho o la fila de tomos de una librería, se convierten en secuencias horizontales y verticales de bandas paralelas de color. 
Y ya en los límites del minimalismo (quizá también con referencia a Albers) es un cuadrado de madera sin título, con sus vetas al desnudo y tan sólo una estrecha banda de color a la izquierda que va del rojo al esmeralda. Una obra muy especial, por el misterio sobrecogedor que transmite, es “Bosque” en el que los perfiles negros de la masa arbórea se oponen a la luz rojiza del fondo que nace de las mismas texturas y del color de la madera, estableciendo así una directa relación entre el árbol y el material utilizado por él como soporte. 
Igualmente sobrecogedor es el cuadro “Lago”, en puro blanco y negro, donde una solitaria figura femenina de espaldas enfrenta su propia soledad a la del espacio natural que la rodea, iluminado por  una fría luz de invierno que parece derramar una infinita melancolía  sobre las masas en sombra de la vegetación y sobre las quietas aguas. Soledad humana y soledad animal se dan así la mano, al tiempo que predican del insondable misterio de la vida.

 

David Morago, en Moretart

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