De Kepler a Neptuno

Toya García Senra (Vigo, 1955) vuelve por cuarta vez a la galería Moretart, con la muestra “De Kepler a Neptuno”, título a todas luces simbólico, que abunda, de nuevo, en sus investigaciones sobre las ilimitadas posibilidades de la creación artística, en coincidencia con el inabarcable universo que nos rodea y sus correspondencias, tal como reza la Tabla de Esmeralda: “Así como es arriba es abajo”. De las alturas celestes a las profundidades del mar, el espacio abre sus inmensidades, las cuales pueden ser maravillosamente aprehendidas por la mente humana, que –como dijo Kant– encierra en sí todo el universo; pero el cuadro sólo puede hablar de ello de un modo metafórico y por los medios plásticos de las formas, el grafismo, las manchas y el color. Esto es lo que hace la artista viguesa, ampliando las búsquedas que ya había avanzado en “Sinergias”, “Universo 2” o en “Soñar despierta”, donde estableció lo que va a ser la tónica de todo su quehacer: el diálogo entre naturaleza e invención humana, entre las formas gestuales y abiertas y las geométricas, que traducen la idea pitagórica de la armonía de las esferas. En el centro del eterno drama está el ser humano (la pareja, en este caso) que, orillado del mar de la vida, se enfrenta, sobre frágiles balsas, a su soledad y a su sombra, mientras en la blanca inmensidad se expanden potentes e irradiadas energías. Enfrentado a las vastedades celestes y marinas aparece el solitario caminante que avanza por el señalado sendero de una playa; escena que tiene por contrapunto un espacio rojo acotado sobre el que se yergue una torre metálica, émula quizá de la babélica ansia de ascensión. En otra obra, toda cielo y mar, tiende un puente de rojos pilares entre dos orillas, una presidida por un faro y la otra por un puerto con sus grúas y almacenes que dejan constancia de cómo el ser humano conquista el espacio con sus obras. Una silla y un lápiz rojo posado sobre bocetos predica de esa misma constancia creadora Hay varios cuadros cuyo protagonista es el pez: besugo, rodaballo y otros... que aparecen como ejemplos de un muestrario que da fe de que ya los seres de las honduras marinas buscan la forma perfecta. Vibra el color en cuadros gestuales, se expande a lo Paul Klee en diminutos retazos que flotan como puntillistas motas sobre abiertos espacios blanco y azul y ondula en encendidos rojos sobre fondo dorado. Unas bandas carmín sobre fondo turquesa o sobre fondo naranja, en diferente número y posición, hablan de las innúmeras posibilidades combinatorias que se derivan de la interacción de formas y colores variados. También las posibilidades ilimitadas de geometría y color son exploradas en dos obras cuyo protagonista es un cuadrado, formado por cuatro triángulos, divididos, a su vez, en franjas paralelas de diferente color, ya liso, ya con dibujos; el efecto visual es tan intenso que se le puede aplicar la máxima de Josef Albers: “medios mínimos, efectos máximos”. Así, una vez más, la obra de T. G Senra se abre hacia los linderos de la polimorfa e infinita realidad.

De Kepler a Neptuno

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