Fotopoesías de Gustavo García

Con el título de” Foto-poesías de otros mundos” y como homenaje a Tim Behrens, Gustavo García Roig ( Buenos Aires, 1943) ofrece, en Cosme & Son, una extraordinaria muestra fotográfica, en la que enfrenta dos mundos: el de la cultura precolombina de Puruchuco y el de la neolítica, representada por el dolmen de Axeitos que es considerado la joya del megalitismo de Galicia. Son dos formas de arquitectura que él traduce en dos formas de construir con la luz y revelar al tiempo dos modos de sacralidad y de relación con el cosmos. 

En la serie de Puruchuco, que fue una ciudadela-palacio del siglo XIV erigida por los incas siguiendo la tradición de los ytchmas, sus instantáneas se adaptan a la ortogonalidad desnuda del espacio, consiguiendo revelar, por ausencia, toda la solemnidad silenciosa de la zona ceremonial. Sus estudiados enfoques en claroscuro muestran, por contraste, la potencia del culto solar a Inti; lo hace creando ángulos y diagonales de sombra que se proyectan sobre las zonas iluminadas, para crear rincones de recogimiento; o bien abre rendijas o puertas de luz en las zonas oscuras, para que fluya el misterio en el que –como reza uno de sus poemas– “Mil vidas ocultas/ Acechan”. Singulares son las fotos de los huecos triangulares en la pared, que servían, según parece, para mediciones astronómicas y ahora son como hieráticas bocas donde el tiempo se ha recogido a sus hontanares de silencio y dormitan los equinoccios . 

Y de milenarios silencios y de evocaciones de rituales animistas hablan sus fotos del impresionante dolmen de Axeitos, sobre cuyas lajas ha reconstruido, con las sombras reflejadas por los robles sobre las piedras, una antigua leyenda centroeuropea, en la que una doncella baila una danza ritual con un caballo y un ciervo, para que nazca “ El mundo habitado”; por medio de estas antropomórficas proyecciones de árboles, ha dado forma a  la sacerdotisa o guardiana del santuario que, tendida sobre las grandes piedras, vigila y protege el sueño de los antepasados. Igualmente, sus tomas consiguen que la superficie de la roca tenga tonalidades carnales y texturas de piel y sirva de pantalla para las rituales y aéreas apariciones de la umbría. 

Y si en sus fotos de Puruchuco el diálogo estaba entre la arquitectura y la luz, aquí, en Axeitos, recoge el mítico sentir del alma antigua que, emboscada en la naturaleza, se sentía unida al bosque druídico por un sentimiento de “participación mística”, como la llamó Lévy-Bruhl, a la vez que trae evocaciones de los ancestrales cultos litolátricos. 

Deja así testimonio de la exquisita afinación de su sensibilidad para sentir el espíritu del lugar y para percibir las ondas de energía que por allí circulan, traduciéndolo a fotografías de precisos y preciosos enfoques. Gustavo García, cuya cámara ha viajado por Nazca, Chankillo, Cuzco, Arequipa y tantos lugares de las civilizaciones precolombinas, demuestra con su obra, una vez más, que posee la sensibilidad de un descubridor nato, es decir de un verdadero artista.

Fotopoesías de Gustavo García

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