Jorge Castillo, en ArtBy’s

La galería ArtBy’s ofrece una selección de obra de Jorge Castillo (Pontevedra, 1933), que abarca desde 1962 hasta la década del 90, en la que queda constancia, una vez más, de su gran talento plástico que, si bien bebió de muchas fuentes, se hizo dueño de un personal e irrepetible lenguaje plástico, con el que consigue –como ya hemos dicho en otra ocasión– que la realidad aparezca transmutada. Toda su obra lleva la marca de una visión lírica e intimista, pues no en vano era también escritor de poesía y se siente en toda ella ese latir de una vida experimentada hasta el límite, donde el amor, el dolor (vivió la pérdida de dos esposas), la belleza, las criaturas de la creación pasan por su obra como ensoñaciones, como ráfagas encantadas que entonan una oda o una elegía a la extraordinaria aventura de la existencia, de la cual él probó las hieles y las mieles. 

Esas vivencias extremas, de sus estancias en Buenos Aires, Madrid, Barcelona, París, Italia, Berlín o Nueva York, enriquecieron su ser y por ende su pincel, lo que se manifiesta en las armonías y contrastes del color, en la ligereza de las formas que a veces parecen fluctuar ingrávidas y en la abertura de los espacios de sus cuadros hacia dimensiones desconocidas. Todo en su quehacer apunta hacia escondidos arcanos, como podemos comprobar en las obras en la que repite el tema de una enorme y pesada mesa, que más semeja a veces una losa pétrea, bajo la cual campea un  cajón cerrado, clara y metafórica alusión a que hay secretos que se guardan bajo llave y que tal vez nunca podrán ser desvelados. 

Un ejemplo de ello es el cuadro que titula “Autorretrato con  otra cara”, donde un hombre envuelto en extraños ropajes, que no se sabe si dormita o se esconde, aparece tumbado junto a una mesa en la que campea un pajarillo muerto, una mano, una copa caída y una fruta; el aire de naturaleza muerta que puede tener la composición es roto por ese contrapunto con el personaje y por el aspecto simbólico que adquieren los objetos. 

Otro ejemplo es un óleo de 1995, con el motivo de nuevo  de la extraña mesa, sostenida en este caso sobre un sólo pie  rematado en una gran bola negra; sobre ella hay  unos frutos y un gato negro de espaldas y, debajo, se sitúa un pájaro negro  perfilado de gris y una especie de ondulante viga;  la alegoría parece está servida, sobrepasando el tradicional género del bodegón. De hecho, entre las muchas rupturas de la obra de Castillo, está esa ruptura de géneros, que se concreta en la mezcla de seres que se dispersan por la composición, formando parte de una fábula, en la que intervienen, además de la cotidianeidad y de los personajes conocidos, fragmentarios recuerdos, imágenes  de la memoria que hablan del devenir continuo de la vida o simples apariciones que advienen a sus cuadros en el acto de pintar. 

Lo maravilloso, lo inexplicable y también lo terrible se cuela así en su obra, obligándole a  hacer “lo que la pintura quiere que se haga” (como diría Picasso) , transformado en sentidas y verdaderas obras de arte.

Jorge Castillo, en ArtBy’s

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