El mar de dudas de Rosa Guisán

En la sede de la galería Arga, en San Andrés, ofrece Rosa Guisán (A Coruña, 1944) una exposición que lleva por título “En un mar de sueños”. Efectivamente, un mar de sueños azules, como los de Rubén Darío, acuna sus cuadros y se encrespa en amorosas olas, siempre cercanas, siempre acogedoras, que traen en su seno peces, madréporas, algas, medusas, caracolas, estrellas de mar y otras criaturas de los fondos marinos que en el arte devienen en símbolos del inconsciente.
Toda creación es, en sí misma, un vasto mar donde se agitan las aguas que alimentan el imaginario y en el que hay desconocidos peces abisales, memorias, recuerdos y emociones; sobre todo emociones. De ese universo líquido, coloreado de fragmentarios resplandores, extrae Rosa Guisán las policromías y figuraciones de sus cuadros, compuestos a modo de reticulado puzzle que recuerda las vidrieras; y, en el centro de ese caleidoscópico puzzle, como vigilante rescatadora de los tesoros marinos, coloca a la mujer, el rostro de la mujer, ya Eva, ya Alfonsina, ya Penélope..., oteando y aguardando con angustiada serenidad el retorno de Ulises.
Todo en esta obra gira en torno a la mujer y al mar, todo se organiza en la dulzura de la evocación de lo incognoscible y al que ella –queriéndolo conectar con el surrealismo– ha dado el nombre de irrealidad; pero que, en verdad, de lo que se trata es de una interpretación mítico-simbólica de lo real, en una representación donde fondo y forma se funden para crear iconografías emblemáticas o alegorías.
Es un arte ajeno, sí, a los imperativos de lo canónico, a la tiranía de la imitación, un arte que busca expresar vivencias íntimas, conmociones del ánimo, intuiciones poéticas. Y entonces, suceden epifanías, como que se encienda un candelabro, o aparezca un pájaro anunciador, o se abra un extraordinario abanico color turquesa y verde-agua creando un seno materno, o se produzca la aparición de una diosa, como en el cuadro “Isis y el pájaro del atardecer”.
Aquí, en este cuadro, donde la diosa Isis descansa ante un enorme y redondo sol rojo, se resumen quizá los más puros anhelos anímicos de Rosa Guisán, pues reúne en él tres símbolos extraordinarios: el ave, que representa el alma, el osiríaco sol que representa la luz regeneradora y a la diosa madre o mujer sacralizada que tiene la misión de llevar el alma hacia ese sol.
Entre grafismos curvos y envolventes líneas negras que enmarcan sus figuras, al modo de los emplomados de vidrieras, Rosa Guisán nos acuna “Con la música del mar” y nos deja “Esperando a que suba la marea” o, lo que es lo mismo, a que seamos capaces de navegar por sus aguas y de adentrarnos por el universo líquido y cambiante de sus amables, dulces ensueños de ultramar.

El mar de dudas de Rosa Guisán

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