“¡Mírame!” o el arte del retrato

La muestra  actual del Mac “¡Mírame!, retratos y otras ficciones”,  que proviene de la colección “la Caixa”, ofrece un variado recorrido por la obra de artistas de la talla de Tapies, Navarro Baldeweg, Basquiat, Boltansky, Oscar Muñoz o Cindy Sherman, entre otros. Todos ellos abordan el arte del retrato, un género, cuya misión tradicional ha sido la de perpetuar la memoria de personajes importantes o de fijar el recuerdo de alguien para la posteridad. Bien al contrario, lo que encontramos aquí es una reflexión sobre la identidad y sus escurridizos signos; pues no hay ninguna pintura, ni menos fotografía que pueda captar la constante transformación de un rostro a lo largo del tiempo, ni la complejidad del alma humana. 
Conscientes de ello, lo que tratan es de dar fe de una emoción pasajera, de un instante congelado, como hace Günther Förg, en su melancólica” Eva”; o Rineke Dijkstra, en “Vondelpark, Amsterdam, 12 mayo, 2006” o Carlos Pazos, en su autorretrato “Milonga”, 1980”. Otros, de modo más lúcido,  muestran la imposibilidad de fijar la realidad, que está siempre en perpetuo cambio; eso es lo que hace el colombiano Óscar Muñoz, con su vídeo “Retrato, 2003”, donde el rostro se va desdibujando al mismo tiempo que se dibuja. Esta idea de inestabilidad,  aparece señalada en “Camerino de, 2001-2002”, secuencia de 36 imágenes en que Roni Horn recoge la fluctuante imagen de un payaso, cuya efigie fantasmal se difumina en una blanquecina nada. La inglesa Gillian Wearing lleva esto a su Álbum de familia, en el que se autorretrata como sus hermanos, padres y abuelos, haciendo así que huella genética e identidad personal se confundan. 
Otro aspecto abordado es el de la máscara que tanto puede encubrir el rostro  como mostrar su oculto y verdadero ser; impresiona, en este sentido la magnífica pintura “Bestia”  de Basquiat (Nueva York 1960-1988), en la que un esquemático rostro negro nos remite a la vez a las máscaras africanas y al lado oscuro del ser humano. Impresionante  es la  “Cabeza negro y plata” de Juan Navarro Baldeweg que encierra un hierático enigma en su forma oval, enfrentando en rojo y negro dos simétricos planos. No menos misteriosa es la obra “Maquillaje” de Antoni Tapies donde un  rostro tierra sombra aparece tapado a la altura  de ojos y boca por gruesas pinceladas blancas, produciendo el efecto de una máscara ritual o, incluso, de una calavera. 
En una línea muy distinta, “Virgen negra con gemelos”, de la genovesa Vanessa Beecroft, transforma a la retratada, que viste de rojo, en solemne maternidad, entronizándola como poderosa Madona, de modo que el retrato individual deviene arquetipo de la Magna Mater. Pero quizá la obra más fascinante de la muestra sea “El bosque de leche”, del sevillano Curro González, dantesca espesura de 2 por 5 metros, en la que se emboscan perdidos 28 grandes hombres, entre ellos Cervantes, Bach, Borges, Klee o Goya; es esta la parábola del tiempo devorador que puede resumir el espíritu de la exposición.

 

“¡Mírame!” o el arte del retrato

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