“Yo, Abelenda”, en Afundación

De extraordinario acontecimiento plástico puede considerarse la magna exposición que ofrece Afundación  de Alfonso Abelenda (A Coruña 1931-2019), que reune su quehacer desde su primer autorretrato en 1947 hasta su último paisaje pintado este mismo año, en que desdichadamente nos dejó. Detrás de esta muestra de más de 122 obras, que preside el mural que hizo para “Cerrado por pinturas”, hay un ingente trabajo de recopilación y clasificación que se debe a la galería Monty4 y especialmente a Valle García, que es la comisaria del evento. 

El recorrido, que tiene 6 apartados: Ilustración y humor, Retrato, El Prado, Bodegón, Eros y Tánatos y Paisaje, permite contemplar todas las etapas por las que pasó este genio de nuestra pintura, que, aparte de tener bien asumidas sus raíces gallegas y muy especialmente las del arco ártabro de su amada ciudad, con sus cambiantes luces atlánticas, asimiló también la tradición  de los grandes clásicos, entre ellos Rubens, Goya y Velázquez y de las renovadoras tendencias del siglo XX, para crearse luego un lenguaje personal e irrepetible, claramente abelendino “ que dinamita cualquier tipo de criterio estético”, como muy acertadamente señala Valle García. 

Así su pincel  podía plegarse a las más variadas formas estéticas, según lo requiriese el tema tratado; podía mostrase delicadamente lírico utilizando gamas suaves, como  es el caso de la Maternidad de 1961, de los retratos de su hijo, de sus bodegones de flores o de algunas de sus visiones más poéticas de A Coruña. O podía encenderse  de vibrantes y polícromas luces fauves, donde el color se vuelve expresión de vitalidad pura. Podía estructurar el cuadro según las normas de la geometría que él conocía muy bien por sus estudios de arquitecto, o podía convertirlo en un abierto puzzle de formas, manchas y trazos que revelaban el lado fragmentario que tiene toda visión. Podía también deformar el motivo según las maneras del expresionismo para revelar el lado feo y esperpéntico de la vida y de la condición humana, dándole entonces ese especial toque de humor que le caracterizaba: ya jocoso, ya tremendista o incluso metafísico. 

Podía, en fin, tratar la materia con mimo, dotándola de  acariciantes y lisos acabados, o proporcionarle texturas granulosas, espesarla hasta llegar al relieve o incluso convertirla en  densa masa de reminiscencias geológicas. Así, nos lleva de viaje por sus viñetas de Don José, La Codorniz, Cambio 16 o su libro El Abelendario; nos ofrece sus desmitificadoras versiones de las Meninas y bufones velazqueños y sus paráfrasis de Goya; nos descubre los rostros secretos de personajes conocidos y asimismo los aspectos escondidos de su propio rostro; nos enfrenta con la eterna oposición entre la vida y la muerte, entre Eros y Tánatos. Y sobre todo nos deja fascinados ante ese mural de 27 paisajes que llena toda una pared y que resume toda la polifonía cromática de sus inimitables luces. Completa la muestra un video de TVG, que recoge sus reflexiones sobre arte y sobre su excepcional quehacer.

“Yo, Abelenda”, en Afundación

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