Una acción que refleja el desarreglo mental de sus autores

DECÍAN que los okupas de Santiago, los de Eskarnio e Maldizer, no tenían nada que ver con los de A Coruña, que los de la Comandancia de Obras eran unos blanditos y los compostelanos unos radikais. Todo se debía a que mientras los santiagueses quemaban contenedores y atacaban con palos, piedras y bolas de acero a la Policía, los coruñeses habían decidido celebrar Fin de Año con un karaoke y una jam session. Tuvieron suerte de que se acabó suspendiendo la fiesta porque costaba imaginárselos cantando por Pimpinela o por Los Pecos; les pegaban más AC/DC e incluso Os Diplomáticos de Monte Alto. Sin embargo, se han revelado contra su fama y se han desquitado de la peor manera que podrían hacerlo: con violencia. Es evidente que la cuna cuenta y que pasar de ser un niño de papá, fudamentalista de Lacoste y del o sea, o sea a un antisistema provoca la misma alteración mental que una sobredosis de alucinógenos, pero de ahí a destrozar la sede de la Marea, nasía pa’ganá, hay un trecho. Su actuación no tiene justificación alguna; al revés, es imprescindible que los responsable de los hechos paguen por ellos.

 

Una acción que refleja el desarreglo mental de sus autores

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