Echenique no es el visionario tan deseado

La desgarradora confesión de Aramís Fuster –“No soy bruja ni predigo el futuro”– conmovió a millones de españoles, que se sintieron desamparados al enterarse de que su sanadora favorita era una caradura. A la bruja Lola se le ha perdido la pista. Adelina, la meiga gallega que purificaba el espíritu da Pujol, está desaparecida desde que pasó lo que pasó en Cataluña. Rappel y Octavio Aceves se van haciendo mayores... El esoterismo patrio estaba de capa caída, pero de repente surgió el tierno herbicida Pablo Echenique –“soy muy del amor y esas cosas, pero la mala hierba hay que extirparla”– como gran esperanza blanca. Cuando Íñigo “El niño de San Ildefonso” Errejón se pasó a las tropas de la abuela Carmena sentenció: “Yo dimitiría, pero de algo tiene que vivir hasta las elecciones de mayo”. Solo tres días después el exnúmero dos de Podemos renunció a su acta de diputado. Acierto pleno, pues, del secretario de Organización morado. Tampoco él va a ser el gran brujo que tanto necesita el país.

Echenique no es el visionario tan deseado

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