El pulpo de la mariscada

EL novel especulador inmobiliario Ramón Espinar se niega a lavarse las manos; quiere que sus dedos huelan todo el tiempo posible a la mariscada, aunque fuese barateira, que se zampó en la Galiza ceive. En el menú faltó el pulpo, pero a él le cayeron las del ídem; fue una cibermazada, ¡cómo quedó! Muchos madrileños cogen el transporte público cuando van a comprar a las afamadas Pescaderías Coruñesas, pero él, como es más guay, se subió al Tramabús para darse un paseo morado por la capital del Reino y los tuiteros lo abrasaron. Le preguntaron si en el viaje no había echado de menos a su padre, pues los rostros de Rato y Blesa figuran en el costado del vehículo, pero el de su padre, condenado por el uso de una tarjeta black no aparece; le preguntaron también por qué el autobús no había estacionado junto a la vivienda de protección oficial con la que dio el pelotazo y hasta hubo quien echó de menos una paradita en el hotel Ritz, donde se hizo aquel famoso selfi con Lorena Ruiz-Huerta. Cuánto mejor le hubiese sentado una caldeirada

El pulpo de la mariscada

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