La tumba de Montesquieu

EL ministro de Justicia, Rafael Catalá, quien pese a su apellido es castellano de la Villa y Corte, tiene los mismo problemas con los jueces que los que podrá tener alguien apellidado Castellá y que hubiese nacido en la otra orilla del Ebro. Ha puesto en pie de guerra a todos los magistrados al insinuar que el miembro del tribunal que juzgó a La Manada y que emitió un voto particular sobre la sentencia está pirado. Menos mal que es ministro de Justicia y no Sanidad, porque si no el juez ya estaría encerrado en un manicomio, opinasen lo que opinasen los psiquiatras forenses de todo el país. Y lo peor es que a Catalá le va la marcha, porque según se enteró del rebote togado, defendió su derecho a no ser “ciego, sordo y mudo” y a alertar sobre las anomalía en la justicia para que actúe el Poder Judicial. Montesquieu, si Alfonso Guerra no hubiese anunciado su muerte en su momento, querría morirse al enterarse de que un ministro de Justicia desprecia de tal manera el principio de la división de poderes.

La tumba de Montesquieu

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