Por momentos, la luz al final del túnel

la última oportunidad lo titularon en La Sexta y más que referirse a la ocasión de que los partidos convenciesen a los indecisos de inclinarse por una u otra opción parecía hablar de que quizá la clave contra el hartazgo político estaba en cambiar a los protagonistas. El debate entre Irene Montero, Ana Pastor, Inés Arrimadas, María Jesús Montero y Rocío Monasterio no tuvo, ni de lejos, la misma audiencia que el de los candidatos. 

A nivel popular se conocía como el debate de las mujeres y flotaba a su alrededor un deje de desprecio, como si se esperase que las intervenciones versasen sobre cambios hormonales en lugar de tratar asuntos de relevancia política. Por supuesto, se habló de igualdad; y de la línea que separa una relación consentida de una violación. Y también de legislación, de paro, de cambios fiscales, de educación, de sanidad, de ciencia, de medio ambiente… De cuestiones olvidadas por los primeros espadas, más preocupados de soltar su mitin que de interactuar con el resto de los presentes. Ellas, que les superaron por mucho en saber estar, en capacidad para transmitir ideas, en rapidez de reacción ante las interpelaciones y hasta en empatía, ofrecieron datos, anunciaron medidas concretas, trataron sobre leyes y, en definitiva, debatieron programas. Que es, aunque se olvide, lo que se tiene que hacer en este tipo de citas. Sin sobreactuaciones ni atrezo.

No rehuyeron los enfrentamientos directos ni se escondieron ante los asuntos que salieron a relucir. Mostraron carisma y liderazgo. Y por momentos, era fácil pensar que quizá si hubiesen sido ellas las que se sentaran a negociar la formación de un Gobierno de España ahora la situación sería otra. 

Explican los responsables del debate que pidieron a los partidos que enviasen a los mejores. Y fueron ellas. No hay mucho más que decir.

Por momentos, la luz al final del túnel

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