el todopoderoso Caballero, don Abel, repuesto de la emoción que sintió al recibir en el concello al primer niño del mundo llamado Vigo –¿el alcalde de Braga o el de Alcantarilla sentirán lo mismo cuando un bebé sea bautizado con el topónimo de su localidad?–, ha demostrado que ya vuelve a ser un hombre de acero; el que impone la ley a este lado del río Lagares con un Magnum 45 que se cuelga del cinto en las grandes ocasiones –“Voy a acabar con la inseguridad en las ferias. Los delincuentes no van a tener respiro”–. Aprovechó el follón que se había montado en las Cíes por el afán recaudador de las navieras para culpar a la Xunta. ¿Habrá algo de lo que no tenga la culpa la Xunta? Pues bien, el señor feudal de Vigo hizo responsable de la sobreventa de billetes al Gobierno gallego y hasta se preguntó si el “daño irreparable” causado a la imagen de su ciudad no habría sido “adrede”. Menos mal que no hubo un choque en la Gran Vía, porque si no ya tendría otro motivo para demonizar a la administración autonómica.