A Sánchez le gusta más volar en el Falcon que comer el pollo con los dedos. Vamos, que cada vez que tiene una excusa pasa subirse al jet, lo hace, por mucho que luego presuma de ecologismo y de su nula huella de carbono. El misterio de este amor por el avioncito ha sido por fin revelado. Resulta que cuando uno se sube entra en una especie de bar con alas, en el que parece que no límites para la imaginación. Tanto es así que el Gobierno ha duplicado el gasto en vino, whisky, ginebra y snaks para el Falcon. Como logre sacar adelante la investidura, no va a haber botellas suficientes en el país para llenar la bodega. FOTO: Sánchez, en el falcon | moncloa